Rodrigo Díaz M.
El aumento de las temperaturas en el Ártico está descongelando el permafrost de la región, una capa de suelo congelado bajo la tierra, y puede reactivar virus que, tras permanecer inactivos durante decenas de miles de años, podrían poner en peligro la salud humana y animal.
Aunque una pandemia desencadenada por una enfermedad del pasado lejano suena como el argumento de una película de ciencia ficción, los científicos advierten de que los riesgos, aunque bajos, están infravalorados.
Durante los deshielos también pueden liberarse residuos químicos y radiactivos que se remontan a la Guerra Fría y que tienen el potencial de dañar la fauna y alterar los ecosistemas.
El permafrost cubre una quinta parte del hemisferio norte y ha sustentado durante milenios la tundra ártica y los bosques boreales de Alaska, Canadá y Rusia.
Es una especie de cápsula del tiempo que conserva, además de virus ancestrales, los restos momificados de una serie de animales extinguidos que los científicos han podido desenterrar y estudiar en los últimos años, entre ellos dos cachorros de león de las cavernas y un rinoceronte lanudo.
La razón por la que el permafrost es un buen medio de almacenamiento no es sólo su frialdad: es un entorno sin oxígeno en el que no penetra la luz. Pero las temperaturas actuales del Ártico se están calentando hasta cuatro veces más deprisa que las del resto del planeta, lo que está debilitando la capa superior de permafrost de la región.
Para comprender mejor los riesgos que entrañan los virus congelados, Jean-Michel Claverie, catedrático emérito de Medicina y Genómica de la Facultad de Medicina de la Universidad Aix-Marsella de Marsella (Francia), ha analizado muestras de tierra tomadas del permafrost siberiano para comprobar si alguna de las partículas víricas que contienen sigue siendo infecciosa. Está buscando lo que describe como “virus zombis”, y ha encontrado algunos.
Claverie estudia un tipo concreto de virus que descubrió por primera vez en el 2003. Conocidos como virus gigantes, son mucho más grandes que la variedad típica y visibles con un microscopio de luz normal, en lugar de un microscopio electrónico más potente, lo que los convierte en un buen modelo para este tipo de trabajo de laboratorio.
Sus esfuerzos por detectar virus congelados en el permafrost se inspiraron en parte en un equipo de científicos rusos que en el 2012 revivió una flor silvestre a partir de un tejido de semillas de 30 mil años de antigüedad hallado en la madriguera de una ardilla.
En el 2014, consiguió revivir un virus que él y su equipo aislaron del permafrost, haciéndolo infeccioso por primera vez en 30 mil años al insertarlo en células cultivadas. Por seguridad, había optado por estudiar un virus que solo podía atacar amebas unicelulares, no animales ni seres humanos.
Repitió la hazaña en el 2015, aislando un tipo de virus diferente que también se dirigía a las amebas. Y en su última investigación, publicada el 18 de febrero en la revista Viruses, Claverie y su equipo aislaron varias cepas de virus antiguos a partir de múltiples muestras de permafrost tomadas en siete lugares distintos de Siberia y demostraron que cada una de ellas podía infectar células de ameba cultivadas.
Esas últimas cepas representan cinco nuevas familias de virus, además de las dos que había revivido anteriormente. La más antigua tenía casi 48.500 años, según la datación por radiocarbono del suelo, y procedía de una muestra de tierra tomada de un lago subterráneo a 16 metros de profundidad.
Según Claverie, el hecho de que los virus que infectan a las amebas sigan siendo infecciosos después de tanto tiempo es indicativo de un problema potencialmente mayor. Teme que la gente considere su investigación una curiosidad científica y no perciba la posibilidad de que antiguos virus vuelvan a la vida como una grave amenaza para la salud pública.
Se han encontrado restos de virus y bacterias que pueden infectar a los humanos conservados en el permafrost.
Una muestra de pulmón del cuerpo de una mujer exhumado en 1997 del permafrost de un pueblo de la península Seward de Alaska contenía material genómico de la cepa de gripe responsable de la pandemia de 1918. En el 2012, los científicos confirmaron que los restos momificados de 300 años de antigüedad de una mujer enterrada en Siberia contenían las firmas genéticas del virus causante de la viruela.
Por supuesto, en el mundo real, los científicos no saben cuánto tiempo podrían seguir siendo infecciosos estos virus una vez expuestos a las condiciones actuales, ni qué probabilidades tendría el virus de encontrar un huésped adecuado.
No todos los virus son patógenos que puedan causar enfermedades; algunos son benignos o incluso beneficiosos para sus huéspedes. Y aunque en el Ártico viven 3,6 millones de personas, sigue siendo un lugar escasamente poblado, por lo que el riesgo de exposición humana a virus antiguos es muy bajo.
Aun así, “el riesgo está destinado a aumentar en el contexto del calentamiento global”, dijo Claverie, “en el que el deshielo del permafrost seguirá acelerándose, y más gente poblará el Ártico a raíz de las aventuras industriales”.