Por Raúl A. Pinto
El mundo indígena por fin y, esperamos, para siempre, está en la palestra pública cinéfila en los últimos tiempos, marcado por películas como Killers of the Flower Moon, Next Goal Wins o Prey, que han expandido nuestra perspectiva y abierto los ojos de quienes no somos indígenas hacia temáticas que nunca terminaremos de aprender.
Este fenómeno también ocurre en Latinoamérica, que esta semana nos trae la cinta Los Colonos, ópera prima del hasta ahora montajista Felipe Gálvez, estrenada en TIFF 2023. La película es, además, la representante de Chile en la carrera por los Oscar, a pesar de no haber logrado entrar en la lista preliminar anunciada por la Academia de Hollywood.

Desde su título, Los Colonos nos deja en claro su historia: extranjeros tomando tierras indígenas. En este caso, la gran isla de Tierra del Fuego, en el extremo sur de Chile, a principios de 1900, donde la tribu Ona, tras miles de años en el territorio, se enfrenta de manera hostil al invasor. Ya acostumbrados a la presencia de españoles y criollos, ahora deben hacer frente al eficiente pero macabro plan de exterminio de dos gringos—uno inglés, otro estadounidense—enviados a “reconocer” y “delimitar” tierras que supuestamente pertenecen al empresario español José Menéndez. La idea es abrir un camino que permita a las ovejas del millonario llegar hasta la costa. En la tarea los acompaña Segundo, un trabajador chileno mestizo que sabe muy bien lo que está por ocurrir, pero no tiene otra opción más que aceptar el encargo. Es eso o su vida, que puede perder a manos de los mercenarios o de la inanición.
Más allá de cuánto le importen a uno los problemas históricos sufridos por los pueblos indígenas a manos de los colonizadores, es difícil permanecer indiferente ante la historia que aquí se presenta. Contada en tono de western, con imágenes brutales y violentas que no siempre son explícitas, la película no edulcora nada: muestra dolor, opresión y la verdad pura, incluso si desgarra el alma. Y vaya que lo hace.

Duele aún más que los villanos no sean completamente planos: las interpretaciones de Benjamin Westfall, Mark Stanley, Sam Spruell y las apariciones del grandioso Alfredo Castro nos muestran personajes con cierta humanidad o, al menos, con un pasado de violencia que explica su profundo alcoholismo y hostilidad. Aunque no son buenas personas, es claro que crecieron rodeados de individuos como ellos.
Claro está, esa “humanidad” desaparece en cuanto un indígena asoma la cabeza: los colonos tenían la horripilante idea de que los Onas eran seres inferiores y que, si ellos querían vivir allí, los indígenas debían moverse—y no al revés, como debería haber sido.
La crueldad es responsabilidad de ellos, como lo señala años más tarde el agente Vicuña. La enorme desventaja de la también llamada tribu Selknam terminó condenándolos a la desaparición, no solo de sus tierras, sino de todo el planeta.
Felipe Gálvez orquesta un filme que deslumbra en lo técnico y lo visual; las extraordinarias imágenes del paisaje del sur del continente a veces parecen postales turísticas y se admiran como tal, pero al final terminan siendo un contraste incómodo con la brutal realidad de la historia de la nación Selknam. El mensaje de Gálvez—también guionista junto a Antonia Girardi y Mariano Llinás—es claro y contundente: los Onas ya no están, pero nosotros sí. ¿Qué hemos hecho?
Disponible en MUBI a partir del 25 de enero.
