, incluyendo 57,265 desaparecidos, y según cálculos de la ACNUR (agencia de Naciones Unidas para los refugiados) 6.9 millones de desplazados internos, la construcción de la paz ha comenzado en Colombia.
Por Luis Alberto Mata
Este pasado 26 de septiembre será por siempre uno de los días más felices y esperados de mi vida. Timoleón Jiménez Timochenko, comandante en jefe de las FARC-EP, y Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, ante la mirada de Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, 17 presidentes y 29 cancilleres, entre ellos el secretario del departamento Estado de EE.UU. John Kerry, el orgulloso anfitrión Raúl Castro, y las representaciones del rey de España y el reinado vikingo de Noruega, se comprometieron ante Colombia y el mundo a honrar su palabra y cumplir con el fin de la guerra, un conflicto interno que bañó en sangre a este hermoso pueblo durante los últimos 52 años.
La pobreza y la injusticia están en el corazón del alzamiento armado campesino de 1964. Sin embargo, el detonante para que nacieran las FARC fue la intolerancia política, y sucede luego de un feroz bombardeo ordenado por el presidente Guillermo Valencia a 48 familias campesinas en la región de Marquetalia, que pacíficamente habían decidido tomar tierras y fundar parcelas para cultivar alimentos en un lugar muy apartado de colonización agraria.
La iniciativa campesina fue señalada por terratenientes de la época como “un reto al estado de derecho y una forma ilegal de reforma agraria”, palabras que justificaron la agresión militar, que desafortunadamente lanzó a estas familias a la resistencia armada, y que posteriormente a partir de la llamada Conferencia de los Campesinos del Sur, deciden constituirse en guerrillas dando origen a las FARC.
Hubo en el pasado varios intentos fallidos de paz. En 1982 el presidente Belisario Betancur abre las puertas del diálogo que avanza hasta una tregua bilateral. Las FARC junto a muy diversas expresiones del movimiento social y popular y líderes liberales e inclusive conservadores de avanzada fundan la Unión Patriótica. La Unión Patriótica fue masacrada por las bandas paramilitares que armaron los narcotraficantes y terratenientes, en la mayoría de los casos con la complacencia o complicidad de sectores del Estado, particularmente de las fuerzas armadas y de policía.
De la UP fueron asesinados dos candidatos presidenciales, 7 congresistas, 16 alcaldes, centenares de concejales, mientras miles de simpatizantes fueron víctimas de horrorosas masacres. Aquel genocidio contra la Unión Patriótica marcó el recrudecimiento de la guerra.
En los 90s hubo intentos de paz bajo el presidente Cesar Gaviria; reuniones en Caracas y Tlaxcala, México. No obstante, el bombardeo a Casa Verde el 9 de diciembre de 1990, sede central del secretariado de las FARC, el mismo día que Gaviria junto al desmovilizado M-19 convocaban a una asamblea nacional constituyente, profundizó las heridas y expandió como nunca las guerrillas por el territorio nacional.
Durante la presidencia de Andrés Pastrana hubo un nuevo intento conocido como los diálogos del Caguan. Esta vez no hubo tregua bilateral, excepto en la zona de diálogos, por lo que cada enfrentamiento por fuera del Caguan debilitó la mesa de diálogos. A la par, el gobierno inicia un plan de fortalecimiento del aparato militar con financiación y auspicio de EE.UU. conocido como el Plan Colombia.
Los ejércitos de aire y tierra se profesionalizan y suman 452,000 hombres en armas y la más poderosa aviación de guerra de América del Sur. Los diálogos se rompen y sube el presidente Álvaro Uribe con la promesa de exterminar a las guerrillas. Las FARC, que se habían expandido durante los diálogos, tomando hasta 500 militares como prisioneros de guerra, profundizan la lucha armada, y además secuestran grupos de civiles incluyendo parlamentarios y políticos de renombre. Al tiempo las bandas paramilitares realizan las más sanguinarias masacres contra comunidades campesinas, bajo la premisa de “quitarle el agua al pez” y debilitar la guerrilla; el conflicto se degrada terriblemente.
Durante el nefasto periodo de Uribe se producen 4 millones de desplazados, y centenares de activistas por la paz y defensores de derechos humanos son asesinados, desaparecidos o forzados al exilio. Uribe fracasa en su intento de derrotar a las guerrillas, pero las debilita sustancialmente.
Uribe abre negociaciones, pero con los grupos paramilitares, proceso muy criticado por la presencia de capos del narcotráfico herederos de los carteles de Cali y Medellín. Cerca de 23,000 paramilitares de bajo rango son amnistiados y dejados en libertad, mientras los jefes negocian sus penas. Algunos acuerdan ser enviados a EE.UU. donde acuerdan rebaja de penas a cambio de información y devolución de cifras millonarias provenientes de las drogas. Ninguno tiene que confesar masacres y crímenes relacionados con el conflicto armado, lo cual ha contribuido a grandes dosis de impunidad.
En un momento de degradación e incertidumbre, sube Juan Manuel Santos a la presidencia, y con él las FARC retoman el cauce del diálogo.
El próximo 2 de octubre, en un plebiscito, Colombia le dirá Sí o No al acuerdo. La más bella de mis ilusiones es que gane arrasadoramente el Sí, porque este pueblo emprendedor y creativo, valiente y soberano merece sanar heridas y una segunda oportunidad sobre la tierra.
*Escritor colombiano exiliado en Canadá. luismatta.blogspot.com