Quienes conocen de cerca a Walter Grajeda saben que una nota distintiva de su personalidad es que no habla mucho. Pero su labor silenciosa como consejero de asentamiento en el Centro para Gente de Habla Hispana vale más que un millón de palabras. Llegó a Canadá, procedente de Guatemala, a los 13 años de edad, en agosto de 1976. Lo patrocinaron sus padres, que habían abandonado el país a principio de la década de 1970, huyendo de la vorágine de la guerra civil que atenazó a la tierra del Quetzal tras el derrocamiento en 1954 del presidente Jacobo Árbenz.
Por Francisco Reyes
TORONTO. Sin saber que años más tarde gran parte de América Central ardería en llamas debido a las injusticias sociales de las que su familia se puso a salvo, Walter tendría que padecer otras clases de injusticias en una escuela intermedia de Toronto: la discriminación étnica y el “bulling” debido a que no hablaba inglés.
Era la conducta típica de muchas escuelas de las grandes ciudades de Canadá durante las grandes oleadas de exiliados que en 1978 forzaron al primer ministro de entonces, Pierre E. Trudeau, a establecer su política de puertas abiertas a la inmigración, principalmente de refugiados de América Latina.
“Tuve la oportunidad de ingresar a la escuela, a la que también asistían algunos chicos de las comunidades chilena y ecuatoriana, que eran las más numerosas de Toronto. Las escuelas tenían otros programas que dificultaban el aprendizaje del idioma, por lo que éramos víctimas de la discriminación por ser hispanos”, empezó a contar.
“Me costó mucho la integración con niños que sólo hablaban inglés, pero pude lograrlo”, reconoció, destacando que esos problemas continúan dándose en la actualidad, aunque de una manera más sutil.
Al pasar los años, ya en la escuela secundaria, Walter había logrado adaptarse a Canadá. Durante el verano trabajaba a medio tiempo y tenía que tomar cursos porque debía terminar unos créditos para poder graduarse. “Luego tomé un año de descanso y trabajé con el fin de ahorrar el dinero que necesitaba para costear mis estudios superiores”, destacó.
Ingresó a la carrera de Trabajo Social en el Humber College motivado por una experiencia vivida en sus años de estudiante de secundaria.
“Cuando estaba en la escuela secundaria, nosotros, con estudiantes chilenos, colombianos, peruanos y guatemaltecos formamos un grupo para poder ayudar a esos adolescentes que estaban llegando principalmente de Centroamérica, debido al estado de guerra en Guatemala, El Salvador y Honduras”, dio a conocer de su faceta de voluntario estudiantil.
“Entonces formamos el Grupo Estudiantil Hispano para ayudarles en las tareas escolares, a la vez que los orientábamos para que no fueran víctimas de la discriminación”, precisó, respondiendo que ellos tenían conciencia clara de lo que pasaba en el continente, con las dictaduras militares y las guerras civiles. “Por eso nos integramos. Sabíamos que su proceso de aprendizaje del idioma y de integración a la sociedad canadiense sería algo difícil”.
Continuó contando otras experiencias como voluntario. “Colaboré en algunas iglesias para ayudar a los refugiados centroamericanos. Hablo de los años de 1980, cuando arreció la guerra en América Central”.
Ayudaba a recolectar comida y ropa que distribuían sin requisitos de presentar documentos de identidad. “Bastaba sólo con ver los rostros de los refugiados, cansados de tantos sufrimientos”, se lamentó recordando aquel pasado incierto vivido por tantos centroamericanos al llegar a Canadá.
“También los acompañaba como intérprete en oficinas del gobierno para regularizar su estatus. Con estos pequeños servicios me fui integrando a la comunidad y decidí ser trabajador social, en lugar de estudiar Derecho, para un mayor compromiso con los inmigrantes”.
Mientras estudiaba Trabajo Social, Walter realizaba su práctica en el Centro para Gente de Habla Hispana. Al graduarse, se abrió una plaza vacante para ayudar a los refugiados, principalmente salvadoreños, en un programa de vivienda llamado “Casa”. Llenó la solicitud de empleo y desde 1988 trabaja permanentemente en esa organización comunitaria sin fines de lucro.
Como consejero de asentamiento, Walter ha tenido que ampliar sus estudios, entre ellos un curso de psicología de un año, que le ha servido para comprender las distintas situaciones de quienes acuden al centro en busca de servicios. “A veces no es fácil tratar con diferentes personalidades, pero hay que tener una dosis de comprensión y ayudarles lo mejor que uno pueda”.
Dijo que la mayor dificultad que ha encontrado en su trabajo es cuando el Centro para Gente de Habla Hispana ha carecido de los fondos monetarios que se requieren para los objetivos en sus programas de servicio a la comunidad. Sin embargo, agregó a seguida que eso no lo ha desalentado, “porque esa es a veces la dinámica del trabajo”.
Al hablar de éxitos, manifestó que se siente realizado con los logros del centro, en cuanto a la ampliación de programas creados durante su trayectoria como trabajador social. “He participado en los programas para mujeres abusadas, en los talleres de prevención del Sida, y ahora disfruto de la tertulia EL Cafecito, como parte de la clínica legal para trabajadores indocumentados”.
Y no es para menos. En sus casi 30 años de consejería, Walter Grajeda ha realizado una labor que sólo pueden valorar quienes se han beneficiado de su silencio.
*Francisco Reyes puede ser contactado en [email protected]
CITA
“A veces no es fácil tratar con diferentes personalidades, pero hay que tener una dosis de comprensión y ayudarles lo mejor que uno pueda”, dice el trabajador comunitario
CIFRA
30
Es el número de años de trabajar en el Centro para Gente de Habla Hispana que Walter Grajeda va a cumplir en el 2018