Siempre decimos que el mundo es cambiante y que los mercados experimentan constantes vaivenes, pero no imaginábamos hasta qué punto. La capacidad de adaptarse con facilidad a las novedades y la rapidez para desempeñar diversas funciones resultan claves para la supervivencia empresarial. Ahora, más que nunca, se impone la versatilidad.
POR ESTRELLA FLORES-CARRETERO
Ninguna situación nos ha cambiado la vida tan rápidamente como la extensión de un virus por todo el planeta. Por su causa, numerosas empresas punteras han visto su actividad reducida de cien a cero de la noche a la mañana. Todo ha quedado en suspenso y no es fácil saber hasta cuándo será así, ni en qué escenarios tendremos que actuar después. Por eso es imprescindible la versatilidad, una capacidad vinculada a la gestión emocional.
Hasta hace unos años, la especialización parecía la mejor manera de destacar en un mundo altamente masificado y competitivo. Por suerte, esto empezó a cambiar a raíz de la aparición del libro The Neo-Generalist: Where You Go is Who You are, de Mikkelsen y Martin. Su argumento es que las personas generalistas resultan necesarias porque son capaces de interesarse por muchas materias, mostrar una curiosidad insaciable, absorber múltiples experiencias y conectar ideas, personas, corrientes, tendencias… para aportar soluciones creativas.
Los generalistas no son opuestos a los especialistas, sino complementarios, porque son, precisamente, quienes aportan versatilidad a las empresas para poder actuar rápidamente a medida que cambia el mundo, una especie de visionarios que indican la salida en situaciones de crisis.
Estos son los valores que deben cultivar las empresas versátiles:
Adaptabilidad ante los cambios. No se trata de aceptar lo que nos venga con resignación, sino de interiorizar que lo que hoy sirve, mañana puede ser inútil. La filosofía empresarial y personal es que el liderazgo puede cambiar de manos, que los roles no se asignan para siempre, que los puestos de trabajo no son eternos y que los equipos se constituyen para cada proyecto.
Tolerancia a la frustración. No es grave haber dedicado esfuerzos y tiempo a algo que ha fracasado, pues permite aprender de las equivocaciones. El ensayo es un principio científico que, tras muchos errores, conduce al acierto. Las buenas empresas no castigan los tropiezos, sino que incentivan el afán por seguir buscando alternativas.
Curiosidad sin límites. Las empresas versátiles dedican recursos a la formación, la investigación, la innovación. Premian las actitudes creativas, fomentan la iniciativa y escuchan las nuevas propuestas. Cualquier idea puede ser bienvenida y, por supuesto, llevada a cabo.
Identificación de las amenazas. La versatilidad implica opiniones diversas y que todo el mundo pueda hacer de abogado del diablo para anticipar riesgos y ofrecer visiones desde ángulos muy diferentes. La vigilancia no se relaja.
Capacidad de emprendimiento. No solo global, sino individual. El emprendimiento también tiene que ver con la autonomía, la motivación y el autoliderazgo de cada miembro del equipo para explorar sin miedo y responsabilizarse de su área, para estar a la última y aportar ideas.
Conciliación. Facilitar el bienestar de los trabajadores permite que puedan conciliar su tiempo laboral con una vida personal enriquecedora, bien para especializarse más, bien para vivir experiencias generalistas de todo tipo, culturales, sociales, artísticas…
El mundo cambia y hay que reinventarse cada día. Vaya por adelantado mi felicitación a esas empresas de moda que ahora fabrican mascarillas, a las de aire acondicionado que hoy se dedican a hacer respiradores, a las de perfumes que actualmente se adaptan para producir alcohol desinfectante… Las empresas versátiles son las que saben ver oportunidades donde otros solo ven problemas.