Por Guillermo Fernández Ampié
TORONTO. Cuando Estados Unidos decidió castigar al régimen de Saddam Hussein por haber invadido Kuwait a principios de los años noventa del siglo pasado, después de bombardearlo a gusto y antojo y masacrar a decenas de miles de soldados iraquíes, con el apoyo de Naciones Unidas impuso un embargo económico y comercial que costó la vida de unos dos millones de niños y bebé iraquíes, según lo denunciaron responsables de UNICEF en la época.
Años después, cuando George Bush hijo decidió eliminar a Hussein, en parte como un acto vengativo por los supuestos planes del líder iraquí de atentar contra Bush padre, logró convencer a “la comunidad internacional” e instrumentalizar a la Organización de Naciones Unidad -¿quién no recuerda las descaradas mentiras del General Collin Powell ante la Asamblea General?- para imponer nuevas sanciones e impulsar una nueva invasión, con su respectivas oleadas de bombas.
Mientras las sanciones estuvieron vigentes, y hasta pocos días antes que empezara la lluvia de misiles, Saddam Hussein seguía tan rechoncho y bravucón como en sus días de socio y amigo de los estadounidenses.
Las principales víctimas de las sanciones económicas y de las bombas “inteligentes” fueron, como ha ocurrido hasta ahora, la población civil, particularmente los niños, los ancianos y demás sectores vulnerables de la población. Pero la lección no fue aprendida, o quizás esa fue la lección que EUA y “la comunidad internacional” querían dar a los civiles iraquíes. El mensaje parecía ser: “sufrirás mucho si apoyas a un gobierno que no se comporta como Estados Unidos lo desea”.
Justo eso es lo que está ocurriendo ahora en América Latina con las sanciones decretadas por Estados Unidos y sus socios contra el gobierno venezolano, al que han decidido destruir sin importar cuántas víctimas inocentes queden el camino.
Jorge Arreaza, el canciller de la república bolivariana, informó recientemente de la muerte del segundo infante, a quien no se le pudo realizar un trasplante de médula ósea debido a las dificultades que el cerco económico ha creado en el sistema de salud venezolano. Los enfermos de cáncer, pendientes de un tratamiento de quimioterapia, también podrían correr la misma suerte.
Pese a que prácticamente están flotando en petróleo, los venezolanos no pueden ahora comprar ni siquiera una ampolleta de penicilina. Y estas no son las primeras víctimas. Un informe del Centro para las Investigaciones Políticas y Económicas (Center for Economic and Policy Research), un organismo de investigación independiente tanto del gobierno estadounidense como del venezolano, con sede en Washington, da cuenta que por lo menos unos cuarenta mil venezolanos han muerto desde 2017 producto de las sanciones económicas estadounidenses.
El informe sostiene que las sanciones han deteriorado considerablemente la capacidad de los venezolanos de acceder a alimentos, medicinas y equipamiento médico, y han generado un incremento en las tasas morbilidad y mortalidad infantil. (Pueden consultarse los detalles del reporte en este vínculo: http://cepr.net/press-center/press-releases/report-finds-us-sanctions-on-venezuela-are-responsible-for-tens-of-thousands-of-deaths).
Los grandes medios internacionales comercializadores de noticias resultan cómplices de este crimen silencioso, pues continúan repitiendo –haciendo coro de los funcionarios estadounidenses y de las élites venezolanas que desean retomar el control del gobierno- que la crisis que sufren los venezolanos es responsabilidad exclusiva del gobierno de Nicolás Maduro; de la misma manera que en su momento repitieron hasta la saciedad de que Sadam Hussein poesía armas de destrucción masiva.
Esta realidad demuestra que, a contrapelo del desarrollo tecnológico alcanzado por la humanidad, particularmente por los países industrializados, a pesar de los viajes a la luna y las sondas enviadas a Marte, en nuestro planeta sigue imperando la ley del más fuerte y se continúa sancionando y torturando a pueblos enteros como en sus mejores años hizo el Imperio Romano contra Cartago y Numancia.
Pese a todo ese desarrollo tecnológico de las comunicaciones, de teléfonos y misiles inteligentes, de impresiones en 3D, en las relaciones internacionales sigue funcionando el principio que regía a los hombres de las cavernas, solo que ahora el garrote se llama sanciones, embargo o cerco económico.
Quizás la única reflexión que podamos hacer es preguntarnos si realmente merece la pena que perezcan tantos inocentes, que se eliminen tantas vidas de infantes venezolanos, que se anule a todo un pueblo, con tal de imponer la tan cacareada democracia que los estadounidenses y sus amigos también quisieron imponer en Irak, Libia, Afganistán, y hace algunos años en Vietnam.