Por Alexander Terrazas
El Domingo de Pascua, celebrado el 21 de abril en el calendario católico, el mundo quedó conmocionado y no fue precisamente por la Resurrección de Jesús, sino por el horrendo atentado terrorista contra tres iglesias y dos hoteles de la isla-nación de Sri Lanka, dejando un saldo de más de 250 fallecidos y centenares de heridos. Este cobarde ataque se produjo un mes y una semana después de la masacre perpetrada por un supremacista blanco en dos mezquitas de la ciudad Christchurch, en Nueva Zelanda donde se registraron más de 50 víctimas.
Sri Lanka es un país insular ubicado al sur de Asia, con 65.000 km2 de superficie y con una población de 20 millones de personas. Tras casi dos décadas de guerra civil, desde hace 10 años, el país se pacificó por completo y con tal motivo se convirtió en un lugar de atracción turística por sus innumerables paisajes naturales. Pero, ese idílico panorama progresista se vino al suelo bruscamente el domingo de Pascuas ante la oleada de terribles atentados perpetrados en hoteles e iglesias cristianas que se encontraban repletas de turistas extranjeros. Luego del ataque, el gobierno culpó a un grupo islamista radical poco conocido por los devastadores actos suicidas; sin embargo, funcionarios públicos expresaron que el grupo sindicado habría recibido ayuda de una organización terrorista internacional. En medio de la confusión, el grupo terrorista Estado Islámico se atribuyó, dos días después, el martes 23 el brutal asesinato colectivo de Sri Lanka.
Recordemos que hace algún tiempo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, había dicho que el Estado Islámico ya había sido desarticulado, pero parece que ese anunció atizó el fuego, dejando un episodio de más horror y dolor para toda la humanidad. En los últimos días, se ha estado comentando que hubo información previa acerca de la posibilidad de alguna acción terrorista y no se le dio importancia en las altas esferas oficiales. Pero más allá de ese error de apreciación, hay algo más profundo en lo sucedido y que tiene raíces globales. Existe un componente religioso inevitable que refleja un lamentable choque de civilizaciones entre el Islam y el Cristianismo, algo que con algunas intermitencias se viene generando desde la Edad Media y las Cruzadas. Lamentable pero cierto. Y parece que esta rivalidad espiritual, es alentada por grupos extremistas de ambos bandos, tal como pudo observarse poco tiempo atrás cuando un partidario de la supremacía blanca atacó cruelmente dos mezquitas en Nueva Zelanda.
Entre paréntesis, aquí todos deberíamos hacer una profunda reflexión respecto a la creciente cristianofobia en el mundo, o mejor dicho, el anticristianismo que ya es una realidad evidente en el tiempo actual, como sucedió en el pasado pero ahora con matices totalmente ‘progresistas’. El atentado en Sri Lanka, ha sido un ataque directo contra los cristianos, principalmente católicos, cuyos líderes deben tomar una posición firme respecto a la persecución de sus fieles en el mundo. Pues, es curioso como en las celebraciones más importantes del calendario católico, como Navidad y Pascuas, se registran atentados terroristas, en países como Pakistan, Egipto, la India y Nigeria. En todos estos casos, los perpetradores fueron identificados como miembros del islamismo radical, que hoy por hoy es la fuerza más desestabilizadora de la paz en el mundo.
Dadas estas situaciones dolorosas hoy más que nunca debemos cuestionarnos: ¿Qué hace el mundo contra los atentados terroristas? ¿Por qué se alienta la guerra y no se construye la paz entre seres humanos? ¿Es que habrá que habituarse a este tipo de hechos sangrientos que ocurren cada cierto tiempo? Nos negamos, como parte de la diversa humanidad, a aceptar vivir en un planeta polarizado por creencias donde reine el fanatismo y no primen la razón o la tolerancia. Creemos que debe encontrarse un punto de entendimiento para conciliar posiciones y amainar odios, vengan de donde vengan. Sri Lanka es una nación predominantemente budista, pero también alberga importantes comunidades hindúes, musulmanas y cristianas. Si bien hubo, de tanto en tanto, conflictos intermitentes entre esos grupos religiosos -incluidas amenazas a los cristianos- nunca nada parecido al horror del pasado domingo de Pascuas sucedió anteriormente. Dios quiera que no se repita esta cruel barbarie, la que ya aparece como una preocupante escalada terrorista global de extrema crueldad.