“El hígado graso se caracteriza por la acumulación de ácidos grasos y triglicéridos en las células hepáticas”, describe la Asociación Mexicana de Hepatología. Asimismo, indica que la acumulación de grasa en los hepatocitos “puede causar inflamación del hígado, con la posibilidad de desarrollar fibrosis y derivar en daño hepático crónico o cirrosis”.
La Fundación Canadiense del Hígado explica que cuando la dieta aporta una cantidad de grasa superior a la que el organismo puede asumir, esa grasa se va acumulando en el hígado. De hecho, los especialistas de la Fundación Americana del Hígado detallan que si el hígado tiene un porcentaje de grasa entre el 5% y el 10% de su peso, se considera que la persona tiene hígado graso.
OBESIDAD, DIABETES… O PÉRDIDA RÁPIDA DE PESO
Además, señalan que la enfermedad hepática por depósito de grasa no alcohólica (NAFLD por sus siglas en inglés) suele desarrollarse en personas con sobrepeso u obesidad, diabetes o niveles altos de colesterol o triglicéridos.
“Una pérdida de peso rápida o unos malos hábitos alimentarios también pueden llevar a desarrollar NAFLD”, subrayan.
No obstante, indican que algunas personas pueden tener la enfermedad aunque no presenten ningún factor de riesgo. Así, esta entidad estima que la enfermedad hepática por depósito de grasa no alcohólica afecta hasta aproximadamente el 25% de los estadounidenses.
Por su parte, la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD) precisa que la enfermedad hepática por depósito de grasa no alcohólica empieza con la aparición de grasa en el hígado debida a una alteración metabólica como la obesidad, la diabetes o el colesterol.
Dicha anomalía se detecta con facilidad y, en principio, no debe representar mayor inquietud. Sin embargo, “un 10% de estos pacientes muestra, además de hígado graso, una inflamación. En estos casos, la enfermedad puede derivar en cirrosis, cáncer hepático, aumentar el riesgo de enfermedad coronaria y vascular y de padecer otros tumores como cáncer de mama o de colon”, explica Manuel Romero, especialista en aparato digestivo y miembro de la SEPD.
El estudio “Association of NAFLD with subclinical aterosclerosis and coronary-artery disease: meta-analysis”, en el que ha participado este experto, analiza la asociación entre enfermedad hepática por depósito de grasa no alcohólica y la aparición de arterosclerosis y enfermedades cardiovasculares altamente relacionadas con el síndrome metabólico.
“Dado que el 90% de los pacientes con enfermedad hepática por depósito graso tiene alguno de los síntomas del síndrome metabólico (como obesidad abdominal, hipertensión, colesterol o diabetes) y el 33% presenta el diagnóstico completo, podemos afirmar que la NAFLD multiplica los riesgos de enfermedad vascular”, expone el doctor Romero.
EL MEJOR TRATAMIENTO: LA PREVENCIÓN
En este sentido, el especialista hace hincapié en la necesidad de estar especialmente atentos a estos pacientes ya que “un correcto manejo y control tanto de la enfermedad hepática como del síndrome metabólico mejorará su historia clínica en lo relativo al hígado y a las enfermedades cardiovasculares”.
Según datos de la SEPD, la enfermedad hepática por depósito de grasa no alcohólica es, hoy en día, la patología del hígado más frecuente, por encima de la producida por el alcohol y de la hepatitis C. “Afecta a un porcentaje de entre el 20% y 30% de la población y se calcula que un 10% de los pacientes desarrollará la manifestación más grave de esta enfermedad”, expresa esta entidad.
Además, los expertos consideran que su prevalencia irá en aumento a medida que crece el número de casos de enfermedades como la obesidad o la diabetes, a las que se asocia con mucha frecuencia.
Esta patología se puede manifestar de distintas formas, desde la esteatosis hepática, a la esteatohepatitis no alcohólica, una manifestación más grave que puede progresar en cirrosis, cáncer hepático y en enfermedades cardiovasculares.
El primer signo de alerta para detectar la enfermedad hepática es que los pacientes cumplan dos de los tres supuestos siguientes: presentar hígado graso en la ecografía; tener las transaminasas altas en los análisis de sangre o sufrir un trastorno metabólico, como obesidad, diabetes o hiperlipidemia, según indica un estudio publicado en la “Revista Española de Enfermedades Digestivas”.
Respecto al tratamiento, el doctor Romero explica que hay diversos estudios e investigaciones en marcha. Pero, por el momento, “el mejor tratamiento de la patología es preventivo, con un control adecuado del trastorno metabólico, una dieta sana y equilibrada que disminuya el exceso de peso y ejercicio regular”, concluye.
Purificación León
EFE-REPORTAJES