Por Padre Hernán Astudillo.
Aún respiramos las frescas caricias de tus amarillas retamas, chilcas y aquel viejo cedrón lleno de fortaleza bajo la sombra del histórico nogal, plantado probablemente por las sabias manos de tu taita o abuelo. Nunca te cansaste de contar historias, cuentos, chistes, tocar la mandolina o con tu voz entrecortada cantar tus serenatas.
Palpaste el sabor de arcilla en tus propias sandalias, fuiste arriero, enfermero, músico, poeta, carpintero y sabio consejero. Tus sandalias recorrieron desde las pampas vallenenses hasta las grandes y tupidas selvas amazónicas. Allá donde el horizonte no tiene fin, allá donde te hiciste parte de la cosmovisión indígena, aunque te confundían con algún misionero salesiano.
Allá, taita Miguel nos encaminaste a una inmigración escondida para protegernos de algunos miedos indefensos. Tu alta silueta nos servia de sombra en nuestros agitados cansancios, tu sabiduría irradiaba curiosidad y en casa, de tus pantalones usados se hacían tres pares de pantaloncillos para tus pequeños inquietos. Las bromas eran parte esencial de tu existencia, con tu amada planeabas tus tiernas locuras, juntos plantaron siete semillas, de ellas seis niños y una reina.
Taita Miguel, aun suenan los tambores de la esperanza, nunca te cansaste y cuando tus pequeños aun no crecían y tu habías tomado demasiada chicha, te transformabas en manso caballo y tenias a tus siete jinetes galopando en tu larga espalda.
Pasaron los años y el tiempo pincelaba tu mirada profunda, tu sonrisa dulce, tus sueños picaros, tus ilusiones humanitarias y el coraje insostenible. Pasaron los años y tus manos seguían ensenadas en las cuerdas de tu guitarra, tu voz no se perdía y aunque tus sandalias habían sido recogidas por el peso del cansancio, tú no te dabas por vencido.
Una silla de ruedas te recibió, un bastón te apoyó y un batallón de jóvenes de la edad de oro te acompañaron. Tu guitarra no descansó porque tus entrañas se convirtieron en cuerdas, tu sabiduría en melodía, tu coraje en voz irresistible y tus ganas de darle sabor a la vida como un salvaje huracán. Sigue inspirando rincones ofendidos, olvidados y menospreciados.
Taita Miguel o don Miguel, como muchos de tus amigos te decían, nos dejas un vació irreparable en este momento de física partida, pero retomo tus sencillas palabras que a tu reina lo mencionaste: “Hija, hay que darles espacios a los jóvenes, algún rato tenemos que partir”, ¡que sabia transfiguración humana, junto a tu amada y tu guitarra!
¡Te vas taita Miguel rasgando rebeldes ritmos mariachis, corridos, boleros, pasillos, yaravis, san juanitos y albazos! ¡Te vas saltando de cumbre en cumbre, de pampa en pampa y de rio a rio!. Te vas con la misma sonrisa después de que hiciste una broma o picardía! ¡Te vas en tu misma silla de ruedas dignificando a quienes luchan inclaudicablemente !…
Te vas taita Miguel mientras tu Valle llora, tu Sucúa te honra, y las interminables huellas migrantes siguen escribiendo con tus sandalias memorias en la historia… (O)