mientras crece la preocupación de los vecinos por los alimentos que escasean y el agua que no vuelve.
Desde primera hora del día varias personas esperaban a las puertas del Parque Cementerio Normandía, en cuyo interior decenas de cuerpos se agolpan a la espera de una verificación de su identidad por parte de Medicina Legal.
Entre ellos se multiplican las críticas por los retrasos ya que consideran que con la identificación visual de los familiares es suficiente en una tragedia que ya cuenta 286 víctimas mortales y más de 200 heridos.
“Estoy esperando a mi mujer y a un nieto desde el sábado a las ocho de la mañana y no los han entregado todavía. Dicen que tienen que hacer muchos papeles. Queremos que los entreguen ya, pues ya tenemos todo listo para sepultarlos”, relata a Efe José Salomón Muñoz.
La historia de los parientes de este hombre ya ajado por la edad y el trabajo duro de campesino es escalofriante. Abuela y nieto fueron encontrados abrazados río abajo, a unos 30 kilómetros de Mocoa.
La fuerza de las aguas no deshizo el abrazo protector de una abuela cuyo cuerpo ahora yace junto al de su nieto y a otras víctimas en las afueras de uno de edificios de administración del camposanto.
Bajo el sol de justicia que brilló hoy en Mocoa los cuerpos se descomponen y el fétido olor ya se expande por buena parte de la ciudad, donde llevar máscaras tapabocas es imprescindible.
El director del Instituto de Medicina Legal, Carlos Eduardo Valdés, dijo el lunes que esa entidad “tiene la necesidad de identificar plenamente los cuerpos” de los fallecidos que, según el último dato oficial son 286.
Esa cifra presumiblemente aumentará, ya que han pasado 72 horas desde la tragedia y el número de desaparecidos, aunque todavía no confirmado, se presume muy elevado.
Pasados tres días desde una catástrofe es cuando se reducen “casi a cero” las expectativa de encontrar a sobrevivientes con vida, según comentan los rescatistas que, inasequibles al desaliento, siguen trabajando con el fin de dar a los parientes un cuerpo al que velar.
Ellos son la cara heroica de la tragedia que comenzó al filo de la medianoche del pasado viernes, cuando las lluvias torrenciales desataron la furia de los ríos Sangoyaco y Mulato, afluentes del Mocoa, que provocaron la avalancha.
Muchos de los rescatistas que trabajan de sol a sol y sin descanso son voluntarios y se exponen de forma altruista.
Todo ello es de poco consuelo para los supervivientes que se reúnen en los alrededores de la morgue improvisada y que quieren terminar ya con la angustia y el sufrimiento.
Para ello necesitan que las autoridades les entreguen los cuerpos de sus seres queridos; velarlos y enterrarlos para poder pasar página y centrarse en la reconstrucción de sus vidas.
Poco a poco ya han comenzado a hacerlo, y así como en los primeros días narraban sus vivencias a quien se encontraban para aliviar su carga, hoy ya prefieren mirar al frente y responden que prefieren no recordar.
Los más afortunados ya han podido enterrar a sus seres queridos y las tumbas con tierra fresca reposan, todavía sin marcar, al lado de los féretros sin abrir de quienes les seguirán.
Entre ellos hay al menos una decena de ataúdes infantiles, blancos y de pequeño tamaño para los menores, la cara más amarga de la catástrofe.
El otro gran problema que asume la selvática ciudad de más de 50.000 habitantes, capital del sureño departamento de Putumayo, es el riesgo del desabastecimiento, ya que los alimentos comienzan a escasear y los comercios y establecimientos acuden a sus reservas.
“No hay comida, arroz no se encuentra, no se encuentra nada. Prácticamente ya estamos aguantando hambre”, comenta a Efe Manuel Gustavo Sacoyo, comerciante cuyo local en la plaza de comidas de Mocoa quedó devastado.
“Nos falta todo, no tenemos ya trabajo, nos hace falta la luz, el alimento”, añade Oliva Pato Sequén.
La jornada también tuvo su momento más sentido en la iglesia catedral de San Miguel Arcángel, un templo en el que el presidente Juan Manuel Santos y su ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, que será la cabeza responsable de la reconstrucción de Mocoa, acompañaron hoy el sepelio de algunas víctimas.
A ese renacer apelan los supervivientes que, en un ejercicio de tenacidad digna de elogio, ya piensan en salir adelante.
La vida comienza a abrirse paso en Mocoa y ya algunas tiendas funcionan por unas horas para atender las necesidades de los vecinos, unos pocos taxis vuelven a circular mientras las campanas de San Miguel Arcángel todavía doblan a muerto.