Rodrigo Díaz M.
En el paso fronterizo de Dajabón, entre la República Dominicana y Haití, se detiene un flujo constante de camiones con inmigrantes haitianos indocumentados que son deportados a su país de origen.
La ya precaria situación de Haití se ha deteriorado rápidamente en las últimas semanas, ya que las bandas han lanzado ataques coordinados contra instalaciones clave para forzar la dimisión del primer ministro del país.
En total, más de 350 mil personas se han visto desplazadas internamente en Haití, más de 15 mil de ellas en los últimos quince días.
Sin embargo, en el paso fronterizo, las autoridades dominicanas han estado enviando de vuelta a cientos de haitianos indocumentados cada día.
Los soldados dominicanos abren las puertas de hierro forjado, ordenan que salgan decenas de ellos y los envían a través del río Masacre hacia Haití.
El mensaje que parece enviar la República Dominicana es que, por muy mal que vayan las cosas en su país, los haitianos no deben buscar refugio en territorio dominicano.
El mes pasado, el presidente del país, Luis Abinader, exigió en una comparecencia ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en Nueva York que la comunidad internacional aumentara la ayuda a Haití y desplegara allí una fuerza multinacional.
Abinader instó a la ONU a “luchar juntos para salvar a Haití”, pero advirtió de que, si no recibe ayuda, su país “luchará solo para proteger a la República Dominicana”.
Interrogado la semana pasada sobre la posibilidad de acoger a los haitianos que huyen de los disturbios, Abinader descartó categóricamente aceptar campos de refugiados en suelo dominicano.
Los retornados a Haití se enfrentan a una verdadera incertidumbre.