Por Alejandro A. Morales
TORONTO. Nuestra tercera edad de habla hispana, hasta recientemente, no se ha caracterizado por su amplia participación electoral en el ámbito de la política canadiense, cualquiera que sea su nivel (federal, provincial, o municipal). Y existen razones para que ello ocurra.
Si bien es cierto que algunos grupos se han interesado a invitar personas de mayor conocimiento político para dirigirse a sus audiencias y se ha iniciado modestamente una política de cabildos abiertos, hay muchos que nunca se han adaptado a la vida del país debido a las barreras lingüísticas y culturales, o simplemente porque han sido víctimas de una situación de aislamiento que afecta algunos sectores de nuestra población. El nivel de pobreza de este sector demográfico ha creado también un distanciamiento con el contexto político y su capacidad de originar cambios que tengan sentido en sus vidas.
Por otra parte, es aparentemente una noción generalizada de que es una tradición en Canadá la transición ordenada del poder político. Es así, como en general quienes llegan al poder son el resultado de una especie de péndulo político generado entre dos partidos políticos y ocasionalmente un tercero. Se habla de la necesidad de “cambio” cuando un partido ha estado un largo número de años en la cima de la estructura política, sea esta un parlamento federal o provincial, como también un ayuntamiento o consejo municipal.
Este concepto de cambio, sin embargo, es en consideración a las figuras que conforman el partido político y su presencia en el poder, más que la de una nueva ideología o, al menos, una nueva estrategia. Eso no quiere decir que los diversos partidos no hayan ofrecido al electorado sus plataformas a cumplirse en el período durante el cual estarán en el poder.
El poder de esta nación reside en la gente. No con un partido político; no con ningún político; ciertamente no con ningún periodista de noticias. Decir lo contrario es nada menos que retratar a este país como una extensión de gobiernos dictatoriales que desafortunadamente siguen existiendo en el mundo. Luego, dado que el país le pertenece al pueblo, depende de la gente aprobar los resultados de una elección. Es su gobierno.
Cuando a la gente le parece intolerable que el gobierno ya no los represente o el gobierno no está actuando en su mejor interés, cuando la gente ya no acepta los resultados de una elección, ellos tomarán el asunto en sus propias manos. La pregunta es simplemente cómo lo hará, en qué condiciones, y en qué momento. Depende de la gente aceptar o rechazar los resultados electorales, no los políticos.
Hubo políticos que durante el último proceso electoral hicieron renovados esfuerzos de atraer, no sólo a nuestra gente, sino que también a la masa de inmigrantes que ha dado a este país un esfuerzo coronado por sangre, sudor y lágrimas en su aspiración por dar a los suyos una vida que nunca hubieran logrado en sus propios países. Nuevas generaciones crecieron y se desarrollaron gracias al esfuerzo de sus padres, hoy en su mayoría adultos mayores. Muchos de ellos han sido capaces de respetar la cultura de la cual emergieron y se distinguen por hacerse presente cuando sus comunidades le llaman.
¿Aceptar o rechazar los resultados de la elección? Es necesario aclarar que, si el candidato elegido no ha expresado con claridad de dónde y cómo se efectuarán los planes que pueden resultar perjudiciales a cualquier grupo, especialmente de la tercera edad, este grupo demográfico deberá estar preparado a defender sus derechos y concretar alianzas con otros grupos minoritarios que se encuentren en la misma situación.
El número de alianzas basadas en la concurrencia de situaciones símiles permitiría, si el nuevo gobierno presta definitivamente oídos sordos a las necesidades de los grupos en cuestión, el organizar dentro de los márgenes cívicos, grupos de presión que debieran utilizar todos los medios democráticos para poner en primera plana la necesidad de solucionar sus problemas.
Para ello, identificamos nuevamente, que los problemas más urgentes de nuestra tercera edad siguen siendo la salud, las pensiones, la vivienda social subsidiada, los niveles de pobreza, para mencionar los más apremiantes. La carencia sanitaria abarca la salud mental, dental, acceso a hogares a largo plazo para poder salir del hospital y el incremento del cuidado en el hogar. Las pensiones presentan el lado paupérrimo en muchos sectores de nuestra gente, la que se agudiza con el descontrolado aumento de los arriendos y el costo de vida. Esto reclama el aumento de la oferta de vivienda social subsidiada que es crítica para el sector.
En democracia la representación ganada en las elecciones tiene un período limitado. Entre el inicio de un gobierno y la nueva elección hay que llenar lo que a veces constituye un vacío imperdonable. Es necesario llenarlo con acciones encaminadas a verificar el cumplimiento de las plataformas eleccionarias, lo que determinará si apoyaremos o no a quien venga a golpear nuestra puerta dentro de cuatro años.