POR ESTRELLA FLORES-CARRETERO
Cada día hay más trabajos que las máquinas pueden hacer mejor que los humanos. Por eso la inteligencia emocional cobra mayor relevancia frente a la inteligencia artificial.
La tecnología nos facilita la vida. Ya no podemos imaginar un mundo sin internet, ni un día sin nuestro smartphone. Los sistemas de aprendizaje artificial, el manejo de grandes datos, el reconocimiento facial, los automóviles sin conductor… son el presente, no el futuro. Nos guste o no, las máquinas pronto serán capaces de desempeñar la mayoría de los trabajos que conocemos actualmente. Es inútil oponerse; tenemos que adaptarnos y centrarnos en potenciar aquello que nos diferencia del más sofisticado de los androides: las emociones.
Un robot puede aprender de nuestras emociones, simular sentirlas y despertarlas en nosotros a poco que tenga el aspecto de un ser humano o un animal, pero la realidad es que no las tiene: podrá aparentar emociones, pero carece de ellas.
Las emociones humanas están provocadas por un estímulo, interno o externo, que produce cambios en nuestro estado somático para, a partir de esa emoción primaria, realizar una evaluación en la que influyen aspectos como el conocimiento, la experiencia, la situación contextual y social… Es decir, nuestro cerebro entra en acción y responde con el sentimiento de una emoción ante un estímulo. Las máquinas pueden aprender reacciones basadas en experiencias humanas, pero estas son infinitas y tan diferentes unas de otras como lo son las personas: no existen dos cerebros iguales.
La inteligencia artificial ya convive con la inteligencia emocional en la inmensa mayoría de las empresas, así que debemos trabajar para que se relacionen del mejor modo posible, sin perjudicar a las personas que, no me canso de repetirlo, son el verdadero capital de toda corporación. Para ello es necesario…
Ofrecer seguridad a los empleados. Las nuevas tecnologías evolucionan cada día. Lo que hoy conseguimos manejar con cierta destreza, mañana ya ha cambiado. Los programas informáticos representan una de las principales fuentes de estrés para los trabajadores. Por eso es muy importante ofrecerles la seguridad de que en todo momento contarán con la formación y el apoyo necesarios para desempeñar su trabajo con la competencia y el confort requeridos.
Facilitar la comunicación. Solo una comunicación, clara, honesta, fluida y transparente permite una verdadera integración del equipo para entender la misión corporativa y participar en el diseño de estrategias dirigidas a alcanzar las metas propuestas.
Formar en gestión de las emociones. Reconocer las emociones de los demás y gestionar adecuadamente las propias influye decisivamente en el éxito empresarial. La inteligencia emocional posibilita la cooperación, el trabajo en equipo, el despertar de la creatividad, el fluir del pensamiento crítico, el orgullo de pertenencia, la satisfacción de la responsabilidad, la motivación, las relaciones positivas y el deseo de afrontar retos. Todo ello revierte en una mayor productividad.
La robotización acabará con muchos puestos de trabajo, pero requerirá de otros nuevos, muchos que aún no podemos imaginar. Para liderar la gestión del cambio es necesario apostar por la inteligencia emocional, la única vía para solucionar conflictos, avanzar y hacer sociedades más justas y felices. Minsky, considerado padre de la inteligencia artificial, dijo: «Nadie sabe realmente lo que va a suceder, pero hay que tener en cuenta que las emociones nos han traído hasta aquí».