Por Ernesto Donan
En tiempos de incertidumbre, siempre aparece un culpable conveniente. Y en Canadá, como en tantas otras naciones, ese culpable suele ser el inmigrante. No importa cuántos estudios demuestren lo contrario, ni cuántas comunidades enteras sostengan la economía con su trabajo silencioso; cuando el sistema falla, alguien tiene que pagar los platos rotos. Y el recién llegado, sin poder político y con voz limitada, resulta ser el blanco más fácil.
La narrativa es conocida y se recicla cada cierto tiempo: la falta de vivienda es culpa de los inmigrantes, los salarios no suben por culpa de los inmigrantes, los hospitales están saturados por culpa de los inmigrantes. El discurso es simple, efectivo y profundamente irresponsable. Lo repiten quienes prefieren señalar hacia abajo en lugar de mirar hacia arriba, donde se toman, o se evitan, las decisiones que realmente moldean este país.
La crisis de vivienda, por ejemplo, no nació con los recién llegados. Es fruto de décadas de falta de planificación, inversión insuficiente y políticas que privilegiaron la especulación antes que el bienestar. La saturación del sistema de salud no ocurre porque llegue una familia más al país, sino porque desde hace años se advierte la necesidad de reforzar infraestructura y personal. Y así con cada tema que se pretende simplificar.
Lo verdaderamente preocupante es cómo estos discursos, disfrazados de “sentido común”, van erosionando la convivencia. Se siembra desconfianza, se alimenta el resentimiento y se crea la ilusión de que, expulsando al supuesto culpable, todo volverá a funcionar. Pero nada de eso es cierto. Un país no se arregla buscando enemigos, sino enfrentando sus propias omisiones.
Canadá ha construido su imagen internacional sobre la base del multiculturalismo y la inclusión. Sin embargo, esa imagen se sostiene solo si existe voluntad política y social para defenderla. Y hoy esa voluntad se ve puesta a prueba.
Es hora de decirlo sin rodeos: la inmigración no es el problema. Es parte esencial de la solución. El verdadero desafío está en exigir a quienes gobiernan que cumplan con su responsabilidad y dejen de usar al inmigrante como cortina de humo para ocultar fallas estructurales.
Porque si algo debería quedar claro en este invierno político, es que culpar al más vulnerable no resuelve nada. Solo revela, con crudeza, quiénes realmente evaden su deber.











