Rodrigo Díaz M.
Cuba ha vivido unas de sus semanas más duras en años tras un apagón nacional que dejó a unos 10 millones de cubanos sin electricidad durante varios días. A los problemas de la isla caribeña se ha sumado el huracán Oscar, que ha dejado un rastro de destrucción a lo largo de la costa nororiental, causando varios muertos y daños generalizados. Para algunas comunidades de Cuba la crisis energética es la nueva normalidad.
El pasado domingo, en plena crisis energética, el ministro de Energía y Minas, Vicente de la O Levy, culpó de los problemas de infraestructura eléctrica a lo que denominó el “brutal” embargo económico de EE.UU. a Cuba.
El embargo, argumentó, hace imposible importar nuevas piezas para revisar la red o traer suficiente combustible para hacer funcionar las centrales eléctricas, incluso para acceder al crédito en el sistema bancario internacional.
El Departamento de Estado estadounidense replicó que los problemas de producción de energía en Cuba no se debían a Washington, sino a la mala gestión del gobierno cubano.
El servicio normal se reanudaría pronto, insistió el ministro cubano. Pero apenas pronunció esas palabras se produjo otro colapso total de la red, el cuarto en 48 horas.
Las calles de La Habana quedaron sumidas en una oscuridad casi total, mientras los residentes permanecían sentados en los umbrales de las casas, bajo un calor sofocante, con los rostros iluminados por sus teléfonos móviles, mientras les duraba la batería.
La generación de electricidad en Cuba ha caído recientemente muy por debajo de lo necesario, y sólo suministra en torno al 60-70% de la demanda nacional.
Según las propias cifras del gobierno, la generación nacional de electricidad de Cuba cayó alrededor del 2,5% en el 2023 en comparación con el año anterior, parte de una tendencia a la baja que ha visto una asombrosa caída del 25% en la producción desde el 2019.