Rodrigo Díaz
Israel atacó la capital de Irán la madrugada del viernes con ataques dirigidos al programa nuclear del país. Este es el ataque más significativo que ha sufrido Irán desde la guerra con Irak en la década de 1980, y podría marcar una importante escalada de la hostilidad entre ambas naciones.
Varios lugares del país fueron alcanzados, incluida la principal instalación de enriquecimiento nuclear de Irán, donde se pudo ver humo negro elevándose en el aire.
Se confirmó, producto del ataque, la muerte del general Hossein Salami, líder de la Guardia Revolucionaria paramilitar iraní, lo que supondría un duro golpe para la teocracia gobernante de Teherán y una escalada inmediata del conflicto que desde hace tiempo se gesta entre ambos países. Se cree que también han muerto altos mandos militares y científicos.
Los ataques se produjeron en medio de tensiones latentes por el rápido avance del programa nuclear iraní y parecían desencadenar una represalia, ya que el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, advirtió que se impondría un “castigo severo” a Israel.
En Washington, la Administración Trump, que había advertido a Israel contra un ataque mientras continuaban las negociaciones sobre el programa de enriquecimiento nuclear iraní, afirmó que no había participado y advirtió contra cualquier represalia dirigida contra los intereses o el personal estadounidenses.
Los líderes israelíes calificaron el ataque preventivo como una lucha por la supervivencia de la nación, necesaria para evitar una amenaza inminente de que Irán construyera bombas nucleares.
Irán respondió al ataque israelí, desplegando más de 100 drones contra Israel, y tanto Irak como Jordania confirmaron que habían sobrevolado su espacio aéreo. Israel afirmó que los drones estaban siendo interceptados fuera de su espacio aéreo y que no estaba claro si alguno había logrado atravesarlo.











