Por Kenton X. Chance
“He visto pasar muchos huracanes, pero nunca vi nada como esto”, dijo. “¡Nunca!”, subrayó, en lo que quedó de su casa en Sophers Hole, una comunidad turística al oeste de Tortola, la mayor y principal de las islas Vírgenes Británicas.
En el patio de enfrente de su casa, la tormenta dejó un gran catamarán en el techo de su casa de una sola planta, destrozando gran parte de la embarcación.
Al otro lado de la bahía, la terminal de ferris de la pequeña isla Jost Van Dyke quedó en ruinas, el techo arrancado y un gran vehículo todoterreno encima de una plataforma de metal, arrastrado hasta allí por la marejada.
“Dijeron que fue categoría 5, pero creo que fue más que eso”, arguyó, refiriéndose a la tormenta que azotó este país insular el 6 de este mes, con vientos de 185 kilómetros por hora.
Antes de Irma, Smith consideraba al huracán Marilyn, de 1995, como el peor.
Esta tormenta destruyó la cama y todo lo que había, mientras su esposa se escondía en el ropero. En cambio, él se sentó con los pies en una silla y se relajó, harto de juntar todo lo que se caía.
Una semana después de la tormenta, las autoridades todavía tenían problemas para reponer los servicios básicos, y los responsables de gestión de riesgos tuvieron que refugiarse en el nuevo hospital de New Pebbles porque Irma destruyó su sede.
Además de los siete muertos y de los múltiples heridos, la tormenta dejó un daño generalizado en la infraestructura vial, las viviendas, los puertos, el sistema de telecomunicaciones y las instalaciones fundamentales.
El gobernador de este Territorio Británico de Ultramar, Augustus Jaspert, declaró el 7 de este mes el estado de emergencia, y el 11 amplió tres horas el toque de queda dispuesto tres días antes, lo que obligó a la población a permanecer en sus hogares de seis de la tarde a nueve de la mañana para que el personal de gestión de desastres pudiera avanzar con las gigantescas tareas de limpieza y recuperación.
Una evaluación preliminar informó que 60 a 80 por ciento de los edificios quedaron dañados o destruidos, con un gran porcentaje de techos muy comprometidos.
Una semana después del pasaje de Irma, los funcionarios de gestión de desastres todavía evaluaban opciones de vivienda para un gran número de personas desplazadas.
El suministro municipal de agua no funciona por la falta de electricidad y había una reserva limitada de agua potable. Además, la Royal Fleet Auxiliary Mounts Bay suministraba una limitada cantidad de agua a Virgin Gorda y Jost Van Dyke, dos de las islas más pequeñas de este territorio.
Las dos plantas de desalinización de Virgin Gorda, con una población de 3.500 personas, quedó destruida.
La infraestructura de transmisión, distribución y generación de electricidad de las islas quedó seriamente dañada, y la energía que hay es gracias a los generadores.
La compañía Caribbean Cellular Telephone Ltd, que suministra conexión inalámbrica, no funciona, y Digicel solo tiene cobertura en Road Town, la ciudad principal, mientras Flow ofrece una cobertura esporádica en todo el territorio.
El huracán dejó una destrucción similar en otras islas del norte del Caribe, antes de seguir al estado estadounidense de Florida en el segundo fin de semana de este mes, dejando a más de seis millones de personas sin energía y a miles más en refugios.
La tormenta dejó por lo menos 14 personas muertas en el estado llamado Sunshine, seis más en los estados costeros estadounidenses de Carolina del Sur y Georgia y 38, en el Caribe, aunque según otras estimaciones el número de números podrían ser mayores.
Irma pasó después de otro huracán devastador, Harvey, que golpeó de forma tangencial a Barbados y causó inundaciones catastróficas en el estado estadounidense de Texas, donde murieron 82 personas y más de 30.000 quedaron desplazadas.
Hace tiempo que los meteorólogos y otros científicos alertan sobre el aumento de la frecuencia y de la intensidad de los ciclones tropicales por el cambio climático.
El Caribe y otros países de la región, incluso Estados Unidos, pierden vidas y registran pérdidas de miles de millones de dólares en daños por eventos climáticos extremos, mientras Washington parece querer reabrir el debate sobre la responsabilidad de las actividades humanas en el recalentamiento global y sobre qué debe hacerse para evitar que empeore.