Todos los días durante las últimas dos semanas, la rutina era la misma: la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, era recibida por una multitud de febriles partidarios que querían tocar a su líder.
Y todos los días ella y se acercaba a ellos y les daba la mano.
Pero el jueves pasado el rutinario acercamiento con sus seguidores tomó un giro siniestro cuando un hombre apuntó con una pistola a centímetros de la cara de la vicepresidenta y apretó el gatillo.
El arma semiautomática de calibre 38 cargada se atascó, y el sospechoso fue detenido. Ahora, el aparente intento de asesinato hace que se cuestione si la mujer más influyente de la política argentina en las últimas dos décadas debería cambiar su relación con los numerosos seguidores fieles que buscan constantemente un apretón de manos o un autógrafo.
Durante unos minutos después, Fernández siguió firmando autógrafos y saludando. Su equipo de seguridad detuvo al pistolero, pero no la sacó de la zona.
Los medios de comunicación argentinos han informado de que Fernández no sabía que le habían apuntado con un arma hasta que entró en su apartamento y se lo dijeron. También confirmó las especulaciones de que cuando parecía agacharse, en realidad se estaba agachando para recoger un libro que se había caído al suelo.
Jorge Vidal, un experto en seguridad pública que solía trabajar para el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, dijo que la respuesta de seguridad al incidente estuvo “lejos de ser una actuación profesional.”
Si bien los equipos de seguridad deben hacer lo que les dicen las personas a las que custodian, dijo, “los políticos deben entender que no todas las manos que se extienden para tocarlos o saludarlos son para acariciar o estrechar”.
Ningún político despierta más pasiones en Argentina que Fernández, de 69 años, venerada por algunos por sus políticas de bienestar social de izquierdas y denostada por otros como corrupta y ávida de poder, y que desde hace tiempo obtiene su fuerza política de su cercanía a las multitudes que la veneran.
Sus partidarios la comparan con Eva Perón, la esposa de Juan Domingo Perón, un militar elegido presidente en 1946. Como primera dama, Perón defendió los derechos de la mujer y fue conocida como benefactora de los pobres. Tras su temprana muerte, en 1952, quedó consagrada en la mitología nacional argentina.
Las muestras de devoción hacia Fernández se han intensificado recientemente después de que un fiscal intentara enviarla a prisión durante 12 años por acusaciones de corrupción relacionadas con obras públicas mientras era presidenta de 2007 a 2015.
Fernández y sus partidarios dicen que el caso es un acto de venganza política, y la fachada de su edificio de apartamentos en el céntrico barrio porteño de Recoleta se ha convertido en un santuario para cientos de seguidores indignados por las acusaciones contra ella.
El intento de asesinato conmocionó a Argentina, un país que tiene un historial de violencia política pero que no ha visto un ataque similar desde que se restauró la democracia en 1983, tras años de dictadura.
El presidente Alberto Fernández, que no tiene relación con la vicepresidenta, ha dicho que el arma estaba cargada con cinco balas y que por “una razón aún no confirmada técnicamente, no se disparó”.
El sospechoso ha sido identificado como Fernando André Sabag Montiel, un vendedor ambulante brasileño de 35 años que vive en Argentina desde 1998 y no tiene antecedentes penales. Fue detenido como sospechoso de intento de asesinato. Las autoridades no han arrojado luz sobre un posible motivo y están investigando si el pistolero actuó solo o como parte de un complot mayor.
Al día siguiente del incidente, los partidarios de Fernández se manifestaron en todo el país bajo el lema “Todos con Cristina”.
La céntrica Plaza de Mayo de Buenos Aires se llenó de personas de todas las edades blandiendo carteles escritos a mano con mensajes como “Siempre con Cristina, el pueblo no olvida” y “Cristina es del pueblo y nadie la toca”.