Una buena road movie puede ser un deleite al paladar cinéfilo. Y “The Long Rider”, amigos míos, sabe a delicia turca. O delicia americana, digamos. Por el continente digo.
Este fantástico documental sigue la ruta de Filipe Masetti Leite. Joven, de sonrisa eterna, de llanto fácil y optimismo de acero – como todos los ítalo-latinos- nuestro protagonista posee sueños de largo aliento. Filipe nació en Brasil, creció en Canadá, y acarició por muchos años la idea de replicar o adaptar el camino de un suizo que montó a caballo entre Argentina y Estados Unidos en los locos años 20. El brasilero creció oyendo las historias del suizo a través de un libro que su padre le leía, y a los veinticinco años decidió que era el tiempo de hacer lo mismo. En este caso, él decide salir desde Calgary, y llegar a su pueblo natal, Barretos, en el bello Brasil, documentando su camino en video.
Como en toda road movie, lo inesperado es el mayor atractivo, y aquí eso se complementa con la enorme sensibilidad de Filipe, quien se emociona o se interesa en los pequeños detalles de la ruta. A esto se agregan sus encuentros con personas solitarias, familias grandes, pueblos amistosos, narcotraficantes impulsivos, acompañantes inesperados, días de calor, días de frio, nieve, sequía, burocracia, amor y desamor, indocumentados frustrados, problemas de salud de sus caballos, y su familia acompañándolo en partes del viaje, incluyendo una graciosa secuencia donde su madre se da cuenta que la ruta de su hijo no es lo que ella pensaba… después de un par de horas de haber comenzado.
El director Sean Cisterna demuestra la misma habilidad narrativa exhibida en sus cintas de ficción como “Full Out” y “From The Vine”, donde la regla número uno pareciera ser el sentimiento y el calor humano por sobre todo. Esto no le quita el mérito a un documental que, además de entretener, cumple perfectamente la labor de educar e informar, mostrándonos en detalle las distancias entre países, información sobre cada lugar y la cultura de los viajes a caballos, una práctica que en algún punto fue bastante más común de lo que creemos, y cuyos aficionados son precisamente llamados “long riders”.
Las entrevistas a Filipe y su familia se intercalan con una fantástica charla con CuChullaine O’Reilly, un experto en lo que llama “viajes ecuestres”. Todas sus intervenciones son oro puro, y se agradece verlo aparecer, además de recitar la mejor línea de toda la película:
“Todos los viajes ecuestres son distintos. Durante mi jornada en solitario por el norte de Pakistán, yo fui secuestrado, torturado, injustamente encarcelado, y casi muero de hepatitis. En contraste, los caballos de los ingleses que intentaron llegar hasta el polo sur en 1911 fueron engullidos por ballenas orcas.”
A pesar que al principio hasta causa gracia ver a un joven blanco, de familia bien constituida, que tiene tiempo y recursos para realizar un viaje que no necesita hacer, caminando entre personas de color sin la más mínima esperanza de siquiera moverse de sus lugares, es admirable y emocionante ver a Filipe lograr su cometido. Primero, porque él muestra un evidente respeto por las culturas que va conociendo. Segundo porque, como dice O’Reilly en un momento, de todas las personas que desean hacer estos viajes solo un 3% lo ejecuta. Y cualquier duda de la capacidad del protagonista de cumplir su cometido termina con nosotros, los espectadores, ovacionándolo de pie y secándonos las lágrimas ante cada logro. “The Long Rider” es una historia bellamente filmada y magistralmente editada sobre aguante, resistencia, persistencia y autodescubrimiento, precisamente lo que necesitamos después de la pandemia horrible que acabamos de vivir.