Por Raúl A. Pinto
Nuestros cines se han llenado de películas muy bien recibidas por el público. Revisemos algunas de ellas, para ver si usted se anima a darles una mirada también.
Revancha, traiciones, peleas, sangre, muerte, y honor. En John Wick: Chapter 4, nuestro sicario favorito está de vuelta en la que DEBERÍA ser la última entrega de la saga, donde el personaje a cargo de Keanu Reeves habla menos que nunca, en un metraje de tres horas que podría continuar para siempre sin que nos demos cuenta.
A estas alturas de la vida, la Alta Mesa (High Table) tiene el menor prestigio y honor que ninguna agrupación criminal en la historia del cine, y luego del final de John Wick 3: Parabellum, hallamos al protagonista escondido con el Rey Bowery, esperando pacientemente el momento de su venganza. En un inesperado viaje a Marruecos, el Señor Wick descabeza la organización, llevando a la Alta Mesa a buscar al asesino en el tradicional Hotel Continental. El viejo Winston (si, el mismo que empujó a JW a su muerte al final de la última película) es emboscado por la gente a la que juró lealtad, y pierde su hotel, y a su fiel Charon. Como pecas, pagas, Winston.
Pero como siempre en Hollywood, hay tiempo para redención, aunque en una manera muy complicada y media hipócrita. Claro, porque al final se trata de asesinos a sueldo cuyos precios cambian al mejor postor, a no ser que tu hija sea secuestrada. Ya se darán cuenta.
John Wick nos recuerda que es un mito que las películas comerciales no son buenas. El director Chad Stahelski es un James Cameron sin pretensiones ni grandilocuencias, que entiende muy bien que esto se trata de ver a John Wick vengándose y ganando, pues él es el menos no-honorable de todas las personas que se le cruzan por delante, en un mundo donde todos son malos, todos están detrás de asuntos oscuros, no existen superhéroes ni hay nadie intentando hacer el bien. El que se salva se salva, y ojalá que éste sea John Wick.
Y ojo, que esto no es un producto que olvidamos al salir del cine: John Wick queda en nuestras mentes, porque queremos más y más. ¿Mas sangre? ¿Mas muerte? ¿Mas venganza? No tengo idea. Pero quiero más películas de John Wick, y luego de las tres horas de metraje, las quiero mucho más. Disponible en salas.
Y finalmente llegó la secuela de una de las películas más taquilleras del último lustro. Shazam: Fury of the Gods busca continuar la burbujeante y entretenida experiencia que fue la cinta del 2019, quizá una de las mas logradas dentro del Universo Extendido DC.
Aquí tenemos al bonachón Billy Batson, un adolescente que en la primera parte no tenía vida ni padres, y que recibe poderes sobrenaturales y una familia numerosa al mismo tiempo. En esta ocasión, sus hermanos adoptivos se unen para luchar contra las deidades Hespera, Kalypso y Anthea, hijas del dios Titan Atlas, quienes buscan a “el mago” para arrebatarle sus poderes y desde ahí, anótelo bien, robar los poderes de todos los superhéroes que encuentren en el camino, partiendo por la familia Shazam, o “Shazamily”.
Los habituales problemas interpersonales aquí se acrecientan, considerando que tanto Billy y los suyos como las hijas de Atlas tienen familias disfuncionales, y tienen el miedo a perderlo todo. Todos tienen poderes extraordinarios, y problemas demasiado comunes. Lo mismo se extiende a las personalidades “adultas” de los menores.
David F. Sanberg, acostumbrado a dirigir cintas de terror medio clásicas, como Anabelle y The Conjuring, dio una energía y frescura tremenda a la primera entrega, pero se ve entrampado ante las dificultades de repetir los mismos temas de adolescencia e identidad. En vez de esto, la batería de chistes de doble sentido quitan el ambiente familiar y el mensaje positivo que tanto valor dio a la cinta del 2019.
De todas formas, Shazam: Fury of the Gods es una película que entretiene, especialmente a los más jóvenes y a aquellos que no buscan mas que pasar un buen rato. Bajo su propio riesgo. Disponible en salas.
Creed III es el debut en la dirección del también protagonista, Michael B. Jordan, actor ya reconocido, no sólo por las dos primeras partes de esta secuela de “Rocky”, sino también por la saga Black Panther. Esta cinta es una grata sorpresa, confirmando que siempre es bueno tener nuevos directores haciendo trabajos estupendos.
A pesar de los buenos resultados de las dos primeras partes de esta trilogía en específico, se tomó la sabia decisión de sacar por completo al personaje de Rocky Balboa, cuyo film original llevó a que Sylvester Stallone recibiera una nominación al Oscar el 2016. Era evidente que repetir la historia mentor/mentoreado podría ser desgastante, y la nueva dirección tomada por el director y su equipo de guionistas, a cargo del prestigioso Ryan Coogler, y su hermano Keenan, además del nominado al Oscar Zack Baylin es brillante.
Cuando Adonis Johnson ya es un boxeador retirado a cargo de una exitosa academia, su mejor amigo de la infancia, Damian, sale de la cárcel tras una larga sentencia, dispuesto a retomar los guantes que alguna vez vistió con gloria y convertirse en profesional. Lo que comienza como un emotivo reencuentro termina en peleas y desencuentros dentro y fuera del ring: el resentimiento de Damian, y también de Adonis se hace tan evidente que termina empañando el recuerdo de la vida que ambos tuvieron, sacando a la luz la verdad del encarcelamiento de “Dame”, y la vida secreta que compartieron con “Donnie” en su juventud.
Es admirable que el novel director, en una película para menores de 13 años, presente un problema tan delicado como el abuso psicológico y físico en hombres, manejado el tópico muy bien, sin perder las reminiscencias al espíritu del Rocky de los 70’s. Aunque Dame y Donnie no pueden concebir enfrentar los dolores del pasado, deciden que los problemas son mejor manejados cuando se llevan, por lo menos en un principio, al ring de boxeo. Se como sea, la vida nos da nocauts todo el tiempo. Benditos seamos aquellos que sabemos levantarnos. Disponible en salas.
Y una bella película de corte canadiense (y ontariana) fue estrenada durante el mes de marzo. “I Love Movies”, dirigida y escrita por la debutante Chandler Levack, nos lleva a la nostalgia de inicios de los 2000, donde el epítome del adolescente egocéntrico y privilegiado Lawrence (Isaiah Lehtinen, dándolo todo en la pantalla), que ama el cine más que a su vida, su madre y su mejor amigo, recorre su odiado Burlington soñando con, un día, salir de ahí para ingresar al programa de cine de la Universidad de Nueva York.
En el fondo, Lawrence esconde dolores y traumas que prefiere olvidar y cubrir con su personalidad cáustica, y su llegada a trabajar al videoclub local, a cargo de la taciturna y amable Alana (interpretada muy bien por Romina D’Ugo), no pareciera ser algo que termine por darle el golpe de madurez que necesita.
El trabajo de Levack es muy interesante y admirable, pues a pesar de clichés demasiado obvios, por otra parte también crea personajes complejos en Lawrence, Alana, personas que no tienen que perdonar si no lo quieren, y que no necesariamente cambian por completo su personalidad; la transformación en la vida del protagonista parece ser pausada y medida, donde nadie está interesado en ser un secundario en la vida de un muchacho sufrido, sí, pero también ignorante del mundo real. Todos los adultos que lo observan (su madre, su profesor, su jefa), saben que tarde o temprano, su soberbia se encontrará de cara con el mundo real, y no le quedará otra que hacer algo al respecto.
Con bastante humor canadiense (seco, directo, implacable), y con toques de drama y ternura, “I Love Movies” podría convertirse en un clásico oculto para quienes amamos esta forma de arte. Disponible en salas.