Por Francisco Reyes
TORONTO. Viernes 9 de febrero. Seis y media de la tarde. La nieve cae a raudales desde la noche anterior. Oscurece temprano. Abordo el autobús público en Arleta Ave. hasta la estación Sheppard West. Desciendo a la plataforma subterránea del tren que me lleva a la estación Saint Clair West. Aguardo uno de los tranvías modernos para llegar a Dufferin St.
Al bajar, encuentro al poeta dominicano Puro Tejada, quien concibió la idea de fundar la Dominican Canadian Pro Culture, a la que pertenecemos desde sus inicios. Nos saludamos y cruzamos la Avenida Saint Clair. A pocos metros está el restaurante donde se celebra La Bohemia de esta noche. Le han cambiado el nombre, pero conserva el letrero anterior de “La Fogata”, mucho más artístico.
Se necesita ser muy conocido del periodista Freddy Vélez, conductor del evento, para acompañarlo a celebrar su cumpleaños, con tanta nieve. O ser muy aficionado a las artes para salir de casa a desafiar la crudeza del invierno. Asistir a una tertulia cultural donde los invitados al escenario sólo reciben aplausos o la aparición en una crónica de prensa, como ésta.
En el portafolio, nuevos poemas, inéditos, estructurados en versos libres. Los reviso en el “subway” para precisar su cadencia rítmica. La audiencia prefiere la rima. Pero la poesía es creación artística que persigue la belleza, elevando el nivel de la lengua sin importar que la versificación se adorne o no con esa licencia métrica sonora.
Pocas mesas ocupadas. Aún es temprano, más cuando funcionamos con el horario de nuestra cultura no sometido a la rigurosidad del cronómetro norteamericano. Nos situamos cerca del escenario. Llega la camarera. Ordeno café. El compañero poeta, una cerveza.
A través del cristal de la ventana, veo asomarse a René Fuentes, versificador gauchesco conocido en círculos literarios como “Juan Don Naides”. ¡Qué “atrevimiento” y persistencia en este poeta popular uruguayo! Hace poco tiempo se reveló como escritor, abriéndose espacio en las peñas artísticas hispanas. A sus 88 años continúa haciendo literatura. No lo subyuga el tiempo. No lo arrincona el invierno. No se le agota la inspiración. Dice que a los 90 publicará su próximo libro. Literalmente, ‘suda’ tinta. Entra acompañado de su paisana Norma Maya, escritora tímida. Les hago señales para que vengan a nuestra mesa.
Alex Usquiano, pintor y fotógrafo colombiano, llega y se sienta en una mesa al otro lado del pasillo. Momento después se le suma Paola Gómez, su esposa, activista social y creadora de proyectos artísticos eclécticos.
Llega Freddy, con su hijo, quien filma el espectáculo. A nuestra mesa se unen Gloria Castaño (instructora de fotografía del programa de arte de “Collective 65”) y su esposo Carlos Arturo, ambos, artistas del lente, de “Evoke Photography”. Allá, viene el cantor de tango Héctor Rubén. Detrás, los versificadores cubanos Adrián Valdez y los Omar Estrada, padre e hijo.
El ambiente se torna familiar, pintoresco, espontáneo, como si todos nos conociéramos de antaño.
Empieza el espectáculo. Me privilegian con la apertura del programa: una canción y varios poemas. Puro Tejada estaba en turno, pero se marcha porque la noche y la nieve apremian.
Freddy va al micrófono y recuerda la partida de dos asiduos “bohemios” fallecidos recientemente: el escritor uruguayo Rafael Rodríguez, varias veces galardonado en el concurso local de cuentos “Nuestra Palabra”, y el chileno Juan Carlos García, escritor y profesor de Literatura en la Universidad de Toronto, experto en novelística hispanoamericana. Lamentable pérdida. Paz a sus restos.
Continúa el evento: versos y canciones del talento hispano-latinoamericano en esta ciudad multifacética.
Solitario, en una mesa a distancia, está Rubén Guerra, joven cantante y compositor colombiano nominado en la categoría de “Música del Mundo” en los “Premios Juno” para marzo de este año, en Vancouver. Freddy lo entrevista. Responde con titubeos, pero es artista que investiga sus raíces. Se acompaña con su gaita y canta a ritmo de calle “El Cóndor y El Águila”, de su nuevo CD propuesto a premiación.
La memoria es traicionera y olvida registrar nombres de otros contertulianos, pues me concentro en los que suben al escenario.
El tiempo avanza. La nieve se amontona en las veredas. A media luz, los espectadores disfrutan el arte degustando platos típicos. Los tangos y la milonga de Héctor Rubén desatan olor a pampa y arrabal. Pinceladas de recuerdos en nuestra condición de inmigrantes, que no se disimula con un documento de ciudadanía, aunque llevemos décadas en este país, con el cabello tinturado. Se cierra el telón.
La Bohemia sigue siendo un espacio cultural con sello propio de los hispano-latinoamericanos de Toronto. Un escenario vital para los artistas aficionados o experimentados que buscan expresarse desde la vertiente de lo informal sin pensar en dinero. Sin importarles los rigores del clima, como en esta noche invernal llena de aplausos en la urbe más cosmopolita de Canadá.
*Francisco Reyes puede ser contactado en [email protected]