POR DRA. NANCY ÁLVAREZ
“Entre padres e hijos” es un hermoso libro que me regalaron en un viaje. Todos los padres aman a sus hijos. Hay que estar muy enfermo para que no suceda. Aun así, son precisamente esos padres, que tanto los aman, quienes más los maltratan y abusan de ellos, según las estadísticas.
En un entrenamiento sobre violencia, confirmé que el lugar más peligroso es el hogar, cuando debería ser todo lo contrario. La familia debe ser el útero donde nos refugiamos cuando todo va mal afuera, el colchón donde nos acostamos en posición fetal, buscando solidaridad y apoyo emocional. Tristemente, no es así. Muchas familias, a pesar de sus buenas intenciones, no funcionan.
El autor del libro, Dr. Haim G. Ginott, lo repite una y otra vez, de diferentes formas: la conducta de los padres tiene serias consecuencias en los niños, ya que afecta su autoestima o amor propio, para bien o para mal. Aun los padres que podemos llamar “buenos y cariñosos”, hacen cosas terribles como:
-Reprochar
-Criticar
-Juzgar
-Ridiculizar
-Etiquetar
-Amenazar
La gran mayoría de los padres no saben que las palabras nos enferman, y también nos sanan. No tienen idea de su gran poder de destrucción. Las palabras, dice el autor, son como cuchillos. Aunque no hieren físicamente, sí matan emocionalmente.
Si queremos ayudar a nuestros hijos, debemos comunicarnos con ellos afectuosamente, desarrollarles la autoconfianza, disciplinarlos sin humillarlos, alabarlos sin juzgarlos, expresarles el enojo sin herirlos, reconocer sus sentimientos, sus percepciones y opiniones, en lugar de discutirlas; responder a sus preguntas para ayudarlos a confiar en su realidad interna y desarrollar confianza en sí mismos.
Los padres no fallan por falta de cariño, sino por falta de comprensión. No fallan por ser pocos inteligentes, sino por tener pocos conocimientos. Ser padre amerita estudiar, conocer. Muchos creen que con una buena dosis de amor y de sentido común, cualquiera puede ser un buen padre. Nada más lejos de la verdad.
Si realmente queremos mejorar, debemos cuidar cómo respondemos a nuestros hijos: con un lenguaje libre de críticas y protegiendo los sentimientos. Así lograremos hijos solidarios, comprometidos, valientes, justos, respetuosos con los demás y consigo mismos.
Para conseguirlo, no basta con el amor, con lo que aprendimos de nuestros padres o con la intuición. Necesitamos aprender habilidades. Criar un hijo hoy es ciencia. Ya la excusa de que los niños vienen sin instrucciones, no es creíble. Los padres deben comprender que realizan la tarea más importante y difícil del mundo.