Kelly Arévalo
Toronto, Canadá
Recientemente con un grupo de amigas tuvimos un intercambio muy sincero sobre nuestras experiencias y vivencias como mujeres migrantes. Aunque lo hicimos por medio de chats y llamadas telefónicas, como nos ha acostumbrado la pandemia a comunicarnos, tuvimos la oportunidad de recordar anécdotas, reírnos, pero también reflexionar sobre los desafíos y las decisiones difíciles que nos toca tomar como mujeres.
Todas coincidimos, independientemente de las razones que nos trajeron a estas tierras del norte, que llegamos con ganas de superarnos, con sueños y esperanzas, con ánimos suficientes para enfrentar los temores, la nostalgia de la familia, amistades y de la cultura que uno deja.
En el camino, poco a poco vamos encontrando barreras y dificultades que parecen por momentos ser pruebas insuperables, y se nos vienen la frustración, el desánimo, esos bajones que en mi opinión toman características muy complicadas para nosotras las mujeres.
Dejando a un lado la barrera del idioma, adaptarse e integrarse al llegar a Canadá, país que hemos elegido muchos latinoamericanos para residir, es un proceso largo y complejo para todos, sin embargo, para las mujeres muchas veces representa un doble desafío. La migración impacta de forma diferente cuando la analizamos desde una perspectiva de género.
Según estudios realizados por ONU Mujeres, la condición de vulnerabilidad se acentúa por la intersección de múltiples discriminaciones, basadas por el origen étnico, situación socioeconómica, nacionalidad, edad, estatus migratorio y las cualidades que se perciben asociadas a su género.
Estas situaciones de discriminación y exclusión se nos presentan en los espacios que interactuamos, en los lugares de trabajo, al interior de la familia, incluso muchas veces las propias mujeres no se reconocen como sujetas de derechos.
Las causas de la migración pueden ser múltiples, entre ellas destacan: escapar de situaciones de violencia, guerras, desastres ambientales, persecución, o para encontrar mejores oportunidades de desarrollo, tranquilidad, bienestar personal y familiar. La migración es un derecho humano según la Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 13 No 2 “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.”
No hay que olvidar, que existe un alto porcentaje de mujeres refugiadas que viven o migran a diferentes partes del mundo, enfrentando desplazamiento forzado, discriminación y violencia. Seguiremos dando la batalla cada día para construir una vida digna, con pleno desarrollo y bienestar para que se respeten nuestros derechos.
Las mujeres desempeñamos un papel importantísimo en el desarrollo de las comunidades y en la economía de los países a los que migramos, además en nuestros países de origen a través de las remesas que se envían. Aún así, la igualdad de género y el cumplimiento de los derechos humanos siguen siendo uno de los mayores desafíos.
En la conversación que tuvimos entre amigas, hablamos de lo difícil que es en Canadá para las madres tener acceso a servicios de guardería. En el caso de la provincia de Ontario los precios son altísimos, cerca de mil dólares al mes, lo que hace que muchas madres opten por renunciar a sus trabajos para poder dedicarse al cuido de sus hijos en casa.
Otra barrera que ha existido por décadas y a la que los gobiernos no logran dar una solución práctica, es a la falta de “experiencia laboral canadiense”. Esta situación impide que muchas mujeres profesionales migrantes no logren insertarse en sus campos de trabajo, esto se complica aún más con el burocratismo y la poca información disponible sobre el proceso de equivalencias y validación de credenciales académicas.
Al momento de insertarse en la vida laboral se reducen las opciones, y la mayoría de los puestos de trabajo disponibles ofrecen salarios mínimos, con poco margen de superación.
La situación migratoria es determinante en el acceso a muchos de los servicios y programas que ofrece el gobierno y los centros comunitarios. Aprendizaje del idioma, participación en cursos de certificación de oficios, entrenamiento profesional, segunda carrera, apoyos a emprendimientos, beneficios para los niños, seguro médico, muchas de estas opciones están vetadas para las mujeres que no tengan regularizado su estatus migratorio. Es una tremenda injusticia, y una cuantiosa pérdida de capacidades, conocimientos y recursos que pudiera utilizar Canadá para su desarrollo.
Nos falta mucho avanzar para lograr una plena participación y el cumplimiento de los derechos para las mujeres migrantes. Esta realidad obliga a tomar decisiones difíciles que implican no solamente ir posponiendo, sino también renunciar a muchos de esos sueños y aspiraciones con las que llegamos las mujeres migrantes.
Creo que una de las mejores cosas que podemos hacer para mantener nuestras almas guerreras llenas de ilusión, ánimos y optimismo, es conversar entre nosotras, crecer en confianza, hablar con sinceridad sobre esas barreras y desafíos que encontramos en nuestros caminos, ayudarnos entre nosotras, compartir consejos, información sobre servicios disponibles, compartir experiencias, especialmente con las mujeres y familias recién llegadas.
Y lo más importante, incidir y participar en cualquier espacio en el que tengamos la oportunidad de hacerlo, en la escuela de nuestros hijos, en el edificio, en el centro comunitario, en los programas municipales, hagamos sentir nuestra voz y nuestros derechos. Para las que tienen el privilegio de votar, apoyen a candidatas o candidatos que nos acompañen en esta lucha por la igualdad y la dignidad.
Las mujeres hemos luchado desde siempre, como migrantes el gran reto es mantenernos unidas en solidaridad y aprecio mutuo, romper con el aislamiento y construir juntas mayores oportunidades para el bienestar y desarrollo de nosotras, de nuestras familias y nuestras comunidades.
*Kelly Arévalo, Abogada en El Salvador, con maestría en Derecho Internacional de Empresas y Máster Ejecutivo en Big Data. Ex Cónsul General de El Salvador en Toronto. Fundadora de www.revistasersv.com