Por Raúl A. Pinto
La trilogía de Eddie Brock y su simbionte alienígena concluye con “Venom: The Last Dance”, con un desenlace que intenta, con muchas ganas, dar un cierre épico a esta franquicia. Con la dirección de la debutante Kelly Marcel, quien también coescribió la película junto a Tom Hardy, la historia sigue a Eddie y Venom en una nueva persecución, esta vez enfrentándose a un xenófago enviado por el villano Knull, interpretado por Andy Serkis, cuya misión es “liberar” a este ser cósmico atrapado en el vacío. Y por liberar quiero decir hacer estragos sin importar el daño colateral. La película nos lleva de una arena a otra, desde el desierto hasta el Área 51 y más allá, prometiendo una odisea llena de acción que… en realidad se queda corta en mantener el interés de principio a fin.
Aunque la trama aparentemente busca ahondar en el conflicto de Eddie, periodista frustrado que quiere tener una vida normal mientras carga con Venom a cuestas, la sombra de ejecutivos de Sony intentando meter mano a la ejecución hacen que la historia a ratos se desvíe hacia lo incoherente. No Buñuel incoherente. Más “Madame Web” incoherente. Esto podría poner nervioso y agotar al espectador, con un ritmo frenético cuyas pausas breves no permiten empatizar, o hacer ese esfuerzo inconsciente por querer disfrutar de lo que se pueda…
Por lo menos, y por supuesto, Tom Hardy vuelve a destacarse en este papel, aportando la energía y la intensidad que han definido al atormentado Eddie Brock desde el primer filme. Sin embargo, su esfuerzo como actor, guionista y productor no logra sostener del todo una narrativa que se siente apresurada y sobrecargada de subtramas, como el surgimiento de una especie de “liga” de simbiontes liderada por el personaje de Sadie (interpretado por Clark Backo), quien obtiene su propio simbionte en una escena que parece diseñada más para los fans que para el flujo de la historia. Situaciones así también pasan con Marvel, en todo caso, pero ante la falta de una fluidez mínima todo se siente como una carga.
La dirección de Marcel, aunque ambiciosa, lucha por encontrar un equilibrio entre las secuencias de acción y los momentos de introspección. Hay momentos en los que la comedia típica de Venom sale a relucir – atentos a la escena del simbionte y Brock siendo rescatados por una familia de hippies camino al Área 51- pero incluso estos destellos de humor se sienten muy forzados cuando la trama no permite que los personajes realmente respiren. Cuando una historia está bien construida, la acción intensa se agradece. En casos como esto, frustra.
Es por eso que, tras la batalla final – un espectacular despliegue que gustará a muchos fans de la serie – y el final agridulce entre Eddie y Venom, la película incluye escenas poscréditos, que aparentemente sugieren un futuro incierto en el universo de Venom, pero hasta ese punto no muchos estamos tan entusiasmados. Advertidos quedan. Disponible en salas.
Dirigida por John Crowley y protagonizada por Andrew Garfield y Florence Pugh, We Live in Time es un drama romántico que explora el amor, la pérdida y la fragilidad del tiempo a través de una narración no lineal que entrelaza momentos de alegría y tragedia en un desorden precioso. La película, que sigue la relación de Tobias (Garfield) y Almut (Pugh) a lo largo de una década, destaca por las magníficas actuaciones de sus protagonistas y un guión aceptablemente emotivo.
Un director como Crowley, conocido por su capacidad de sacar lo mejor de sus actores (ahí están la buenísima “Brooklyn” y sus intervenciones en Black Mirror y True Detective), vuelve a demostrar su destreza con historias sencillas y preguntas enormes. En colaboración con el guionista Nick Payne, la película no se contenta con ser un romance simple; sino que se convierte en una reflexión sobre cómo las personas lidian con el paso del tiempo y los cambios inevitables que conlleva. ¿En qué momento comenzamos a atesorar el tiempo? ¿Cuándo conocemos a alguien? ¿Cuándo lo/la perdemos? La película pone estas interesantes preguntas, o al menos las puso en su servidor, el crítico. Aquí, desde el primer encuentro de Tobias y Almut, cuando el personaje de Pugh, una ex atleta convertida en chef, lo atropella a él accidentalmente, hasta los momentos más íntimos y dolorosos de su vida juntos, son ejecutados de forma no perfecta, pero encantadora de todos modos.
Este road trip romántico nos da postales de la vida y las dificultades de la pareja, usando una narración no convencional que funciona para ayudarnos a explorar la relación de manera orgánica, como un recuerdo en la mente, saltando por diferentes espacios y uniendo motivos, alegrías y desazones. Así, somos testigos de cómo el amor florece y, al mismo tiempo, pareciera irse en tiempos de desafíos devastadores.
Por supuesto, los protagonistas son talentos monstruosos del cine de hoy, y es un placer ver a Florence Pugh aportando su intensidad emocional, que es efectiva cuando es contenida y cuando es explosiva. Y Andrew Garfield, claro, un acto que conmueve con pocos pero intensos gestos, destacando la vulnerabilidad de un hombre que trata de mantenerse firme en un mundo que se desmorona a su alrededor. Ambos parecieran estar jugando ping-pong con el talento del otro y disfrutando el juego con el alma.
La película está a punto de pasarse en el sentimentalismo, pero el exceso de melosidad es inevitable ante los temas de familia, enfermedad y sacrificio. Parece un buen melodrama, de los clásicos. De los clásicos que nos gustan, digo.
Es la capacidad del film para hacer que nos preocupemos por estos personajes lo que marca la diferencia de todo. Cada decisión, gesto, palabra, parece estar impregnados de un profundo entendimiento de cómo lo bueno puede durar muy poco, a veces. Crowley se asegura que incluso los pequeños momentos tengan peso, recordándonos que, al final, es cómo elegimos pasar nuestro tiempo lo que define nuestras vidas.
“We Live in Time” no es solo una película sobre el amor eros, sino sobre “el acto” de amar: parejas, hijos, y uno mismo, aprendiendo lo importante de “soltar” que tan boga está hoy. Aunque lo espero, dudo que se convierta en una de las películas destacadas del año, pero envejecerá como el vino. Vaya y disfrute las escenas a medida que vayan pasando, como entidades propias, y terminará experimentando un tierno poema en forma de cine. Disponible en salas.