Por Raúl A. Pinto
Bong Joon-ho ha construido una carrera fusionando el cine de género con una afilada crítica social. Desde la monstruosa alegoría política en The Host hasta la brutal lucha de clases sobre rieles en Snowpiercer, su cine nunca ha sido indiferente.
Su obra maestra—o, al menos, una de sus obras maestras—es Parasite (2019), que hizo historia al convertirse en la primera película en un idioma distinto al inglés en ganar el Óscar a Mejor Película, consolidando a Bong como una de las voces más importantes del cine contemporáneo. Ahora, con Mickey 17, estrenada días después de los tumultuosos Oscars, el director regresa a la ciencia ficción con un giro de comedia negra. Su historia de clones abarca crisis existenciales, sátira laboral y thriller de supervivencia, con un Robert Pattinson cada vez más cerca de la perfección interpretativa.

El título mismo revela la premisa: en la colonia espacial de Niflheim, Mickey Barnes, un hombre sin grandes expectativas de la vida, se enrola como “prescindible” (expendable), un trabajo extremadamente peligroso, y muy ilegal, donde literalmente es utilizado como conejillo de Indias en experimentos científicos mortales. Claro, en el futuro este empleo es posible, porque la ciencia permite clonar a Mickey (o “reimprimirlo”) cada vez que muere. Sin embargo, todo cambia cuando la versión número 17 del protagonista, supuestamente fallecido, es dado por muerto, y se encuentra cara a cara con su reemplazo: Mickey 18. ¿Qué pasó? ¿Por qué Mickey 17 fue reportado muerto? ¿Quién se equivocó en el papeleo? ¿Porqué, justo al empezar sus problemas, el amor parece haber llegado a su vida (énfasis en “parece”)? ¿Quienes son los “Creepers”?
Agárrense fuerte, porque estamos ante un verdadero deleite cinematográfico.
Adaptada de la novela Mickey7 de Edward Ashton (2022), la versión de Bong simplifica bastante la premisa del libro, pero intensifica sus temas existenciales. El director no se ha alejado ni un milímetro de la efervescencia de sus mejores obras. Como en toda su filmografía, arremete sin piedad (pero con ironía) contra la jerarquía de clases y la codicia, encarnada esta vez en Kenneth Marshall (Mark Ruffalo), un líder arrogante y autoritario, empeñado en moldear la colonia a su imagen. Su esposa (Toni Collette) es la típica burguesa más preocupada de perfeccionar una salsa que de gobernar una colonia, un personaje que recuerda a Hedwig Höss en La zona de interés (2023), demostrando que la ignorancia no es solo posible, sino completamente real.

A pesar del gran trabajo de Collette y Ruffalo, el centro de la historia está en la dinámica entre Mickey 17 y su recién impreso (y un poco más violento) reemplazo, Mickey 18. Pattinson logra diferenciar perfectamente a cada versión, canalizando influencias de Dumb and Dumber y el grupo de idiotas de Jackass, con efectos tanto cómicos como profundamente emocionales.
Visualmente, Bong no decepciona. La ambientación de Niflheim es tan artificialmente plausible como el tren de Snowpiercer, el Seúl de Parasite o el Nueva York de Okja. Y, como en Memories of Murder, el director nos sumerge en una pesadilla burocrática con corredores estériles, maquinarias industriales y el ruido constante de una sociedad que ve a Mickey como desechable. La monotonía de su existencia se hace palpable, reflejando su propio estado mental depresivo.

La contraparte romántica está tiernamente explorada en Nasha (Naomi Ackie), la única que lo ve como algo más que una copia desechable, incluso cuando su yo original dejó de existir hace mucho tiempo. También brilla Steven Yeun, en un precioso papel como el amigo que logró salir del sistema de los prescindibles, pero que carga con sus cicatrices como un veterano de guerra.
Equilibrada con maestría, Mickey 17 es puro entretenimiento y sátira. No es necesario leer entre líneas para captar su mensaje sobre gobiernos estúpidamente totalitarios (ejem, Estados Unidos hoy, ejem), pero si no quieres hacerlo, igual la pasarás en grande.
Lo absurdo de ser humano, en una película fuera de serie. Disponible en salas.

Dirigida por Barry Levinson, de 82 años y ganador del Óscar por Rain Man (1988), The Alto Knights es un drama criminal biográfico que explora la lucha de poder entre dos jefes mafiosos de los años 50: Vito Genovese y Frank Costello, ambos interpretados por Robert De Niro. Levinson, célebre por mezclar realismo y sátira en filmes como Diner (1982), Good Morning, Vietnam (1987) y Bugsy (1991), se une aquí al guionista Nicholas Pileggi (Goodfellas), en un intento por capturar el auge y la caída de estos dos icónicos mafiosos en un mundo donde la política y el crimen organizado se entrelazan peligrosamente.
La película arranca con el intento de asesinato de Costello, ordenado por Genovese, desencadenando una serie de enfrentamientos mientras Frank intenta retirarse de la mafia. Con un reparto que incluye a Debra Messing, Cosmo Jarvis, Kathrine Narducci y Michael Rispoli, el filme busca ofrecer un retrato histórico, pero su ambición de abarcar demasiados eventos y personajes termina jugando en su contra. La narrativa, fragmentada por constantes saltos en el tiempo —desde la infancia de los protagonistas en Nueva York hasta los conflictos del crimen organizado en los años 50—, dificulta la inmersión en la historia y genera fatiga en el espectador.

Levinson y Pileggi intentan transmitir la idea de que la mafia estaba compuesta por “idiotas y psicóticos” que se beneficiaban de la corrupción en los sistemas políticos y judiciales estadounidenses, pero el mensaje se diluye entre una sobrecarga de información y clichés del género.
Uno de los mayores problemas de la película es, irónicamente, su mayor atractivo en papel: Robert De Niro en un doble papel. Aunque el actor tiene una larga trayectoria en el cine de gánsteres, su interpretación de Costello y Genovese carece de suficiente diferenciación. Ni el uso de prótesis ni los distintos estilos de vestimenta logran ocultar la falta de matices en su actuación, haciendo que ambos personajes se sientan demasiado similares.

El guion de Pileggi, aunque repleto de detalles históricos, se torna tedioso con diálogos excesivamente explicativos sobre las reglas de la mafia y sus códigos de honor. Las escenas de violencia, traiciones y disputas por el poder pierden impacto al estar rodeadas de largas exposiciones verbales.
Donde Levinson no decepciona es en lo visual. La cinematografía de Dante Spinotti juega inteligentemente con el color y el blanco y negro para diferenciar épocas y estados emocionales, incorporando fotografías de archivo para darle un aire documental al relato.
En definitiva, The Alto Knights resulta más agotadora que apasionante. Para los amantes de la historia y del cine de gánsteres, puede tener cierto atractivo, pero para el resto será una prueba de paciencia. Véala bajo su propio riesgo. Disponible en salas.
