Por Horacio Tejera
TORONTO. Veíamos en la nota anterior que una de las estrategias posibles para enfrentar los retos que el envejecimiento poblacional le plantea a las sociedades modernas, es la utilización de políticas inmigratorias diseñadas con ese fin.
Y en realidad, si se analiza la historia de las políticas inmigratorias canadienses, podemos ver que desde finales del siglo XIX Canadá ha realizado esfuerzos por suplir un déficit poblacional crónico, con la importación de población en ocasiones en escala gigantesca.
No es posible repetir en esta notael análisis pormenorizado de las diferentes oleadas inmigratorias llegadas a Canadá que se ha realizado en el marco del Proyecto Conéctate, pero si vale anotar aquí alguna de sus características.
Las políticas inmigratorias canadienses hasta los años posteriores a la segunda guerra mundial estuvieron orientadas con ahínco al ingreso de población definida oficialmente como “blanca” y al desaliento o la prohibición directa del ingreso de poblaciones “de color”. Las poblaciones definidas como “blancas” y de las que se presumían condiciones morales superiores y una adaptabilidad mayor a la realidad social y geográfica del país eran aquellas provenientes del oeste, norte y (con algunas limitaciones) el centro de Europa, con expresa exclusión de las poblaciones originarias del Sur del continente.
Estas políticas que hoy no dudaríamos en catalogar como abiertamente racistas, estaban originadas en una creencia muy extendida en el mundo germano-anglosajón acerca de su propia superioridad y en doctrinas pseudocientíficas en boga, conocidas como Darwinismo Social, que dieron justificación luego a aberraciones extremas como el nazismo.
Estas políticas inmigratorias, por supuesto, no estaban orientadas a solucionar los efectos del envejecimiento poblacional porque aunque el fenómeno ya estaba en marcha aún no era lo suficientemente visible. La finalidad era simplementecubrir un déficit de mano de obra con personas capaces de impulsar el desarrollo de un país rico, pero prácticamente despoblado, con un énfasis muy marcado en el ingreso de mujeres e incluso de menores de edad provenientes de zonas que en aquel momento padecían períodos de hambre, por ejemplo Irlanda, o que tenían altas tasas de niños en situación de abandono u orfandad, como Inglaterra.
Las diferentes oleadas inmigratorias resultantes tanto de esas políticas como de los acontecimientos que se vivían en los países de procedencia le aportaron a Canadá fuertes contingentes provenientes sobre todo de las Islas Británicas, pero también de los países nórdicos, de Alemania, la Rusia Europea o Ucrania, y fue recién después de finalizada la Segunda Guerra Mundial que, a partir de acuerdos de post-guerra, comenzó el ingreso masivo de italianos, portugueses o griegos desde el Sur de Europa, de población afro-británica desde de islas del Caribe anglófono o de contingentes de exiliados tras acontecimientos críticos pero puntuales, como por ejemplo el caso de los emigrados húngaros tras los levantamientos de 1956.
Ahora bien… Esta historia tiene un detalle que no debe pasarnos por alto… Cada una de estas oleadas, si bien implicaba el ingreso de decenas y a veces cientos de miles de personas en cortos períodos de tiempo, tenían características que conspiraban contra su sostenibilidad en el tiempo. En primer lugar, provenían de una zona geográfica demasiado acotada y se trataba de pujos que se detenían en cuanto las condiciones de vida de los países de origen mejoraba. En segundo lugar, casi todas esas poblaciones provenían de países en los que el envejecimiento poblacional ya estaba en marcha.
En este aspecto, vale la pena detenernos. Para que la población de un país aumente a un ritmo sostenido deben darse tasas de nacimientos por mujer superiores a 2.1. Por debajo de esas cifras, la población se sostiene o disminuye y, como habíamos visto en la nota anterior, la urbanización y la industrialización son elementos del desarrollo que habían comenzado a limitar la natalidad en Europa desde hacía ya muchas décadas.
El resultado de las políticas inmigratorias centradas en la idea de que Canadá sólo debía promover el ingreso de población de origen europeo tuvo en el largo plazo un efecto no buscado pero inevitable: tasas de natalidad muy bajas. Ese fenómeno, sumado a los cambios sociales que las sociedades desarrolladas comenzaron a experimentar en la década de los 60 (métodos contraceptivos seguros y al alcance de todas las mujeres, ingreso masivo de las mujeres al mundo del trabajo remunerado y a la educación terciaria, etc.) determinaron primero una crisis terminal de las políticas poblacionales del país… y luego un giro inesperado, audaz y determinante. Ese giro es el que nos trajo hasta aquí y el que trajo a la mayor parte de las personas provenientes de China, de la India, del mundo árabe o del África sub-sahariana con quienes convivimos, trabajamos o nos cruzamos por la calle. Se trata de nuestra historia y sobre todo de lo que de ella podría aprenderse con miras a un futuro desafiante e incierto.
Profundizaremos en ella en siguiente nota, siguiendo la línea de análisis que Latin@s en Torontoha desarrollado en el ciclo de webinars del proyecto Conéctate, financiado por el Ministry of Seniors Affairs de Ontario y apoyado por el Departamento de Español de la Universidad de Toronto y el Hispanic Canadian Heritage Council. Más información en www.latinasentoronto.org.