Rodrigo Díaz M.
A partir de esta semana China dejará de exigir un resultado negativo en la prueba de detección del COVID-19 a los viajeros que lleguen al país, un nuevo logro en su reapertura al resto del mundo tras un aislamiento de tres años que comenzó con el cierre de las fronteras del país en marzo del 2020.
El portavoz del ministerio de asuntos exteriores, Wang Wenbin, anunció el cambio en una reunión informativa celebrada en Pekín.
China puso fin en enero a los requisitos de cuarentena para sus ciudadanos que viajan desde el extranjero, y en los últimos meses ha ampliado gradualmente la lista de países a los que pueden viajar los chinos y ha aumentado el número de vuelos internacionales.
Pekín no puso fin a su dura política nacional de “cero COVID” hasta diciembre, tras años de restricciones draconianas que a veces incluían el cierre de ciudades enteras y largas cuarentenas para los infectados.
Las restricciones ralentizaron la segunda economía mundial, provocando un aumento del desempleo y raros casos de disturbios.
Como parte de esas medidas, los viajeros que llegaban debían aislarse durante semanas en hoteles designados por el gobierno.
En noviembre estallaron protestas en las principales ciudades, entre ellas Pekín, Shanghai, Guangzhou y Nanjing, a causa de las restricciones contra el COVID-19, en el desafío más directo al gobierno del Partido Comunista desde las protestas de Tiananmen de 1989.
A principios de diciembre, las autoridades suprimieron bruscamente la mayoría de los controles contra el COVID-19, lo que provocó una ola de infecciones que desbordó los hospitales.
Un estudio financiado por el gobierno federal de Estados Unidos concluyó este mes que el abrupto desmantelamiento de la política de “cero COVID” puede haber provocado un exceso de casi dos millones de muertes en los dos meses siguientes. Esta cifra supera con creces las estimaciones oficiales de 60 mil muertes en el mes siguiente al levantamiento de las restricciones.
Durante los años de “cero COVID”, las autoridades locales impusieron ocasionalmente cierres repentinos en un intento de aislar las infecciones. La gente quedaba atrapada en oficinas y edificios de apartamentos. En algunos casos ampliamente comentados en las redes sociales, las autoridades sellaron las puertas de los residentes con alambres y cerrojos para tratar de impedir la propagación del virus.
De abril a junio del año pasado, la ciudad de Shanghai encerró a sus 25 millones de habitantes en uno de los mayores cierres masivos del mundo relacionados con una pandemia. Los residentes tuvieron que someterse a frecuentes pruebas de PCR y depender de los suministros de alimentos del gobierno, a menudo calificados de insuficientes.