Pisando las hojarascas del otoño, el jueves 8 de noviembre, junto a un grupo de amigos salimos a bordo de un vehículo desde la ciudad de Toronto hasta las afamadas cataratas del Niágara Falls, una de las maravillas del mundo. Tomamos la transitada Highway 403, luego enrutamos por el camino Queen Elizabeth y después de casi dos horas de viaje llegamos al destino final.
A kilómetros de distancia las fumarolas de las cataratas se veían por una densa niebla que flotaba en el aire. Al llegar a la ciudad del Niágara y recorrer por sus calles, da la sensación de estar en una película de Hollywood; por el lado canadiense se alza una gigantesca torre rodeada de lujosos hoteles, moteles, casinos, tiendas comerciales, restaurantes y edificios de todo tipo. Sus áreas verdes están decoradas con hermosos jardines de flores y de árboles de diversos colores que pintan un paisaje pintoresco; dicen que aquí estuvo Marilyn Monroe y que varias películas subcontinentales se han filmado en estos parajes paradisíacos.
Dejando atrás los encantos de la ‘ciudad maravilla’, descendimos por la calle River hasta orillas del río Niágara y estacionamos el vehículo en un parqueo cerca de la gran cascada. Decidimos caminar por el paseo peatonal, por donde también recorrían miles de turistas, y sobrevolaban centenares de gaviotas. El viento soplaba una brisa fría y levantaba las hojas secas caídas de los árboles que alfombran la calle de colores. A medida que nos acercábamos se escuchaba el bramido de los miles de litros de agua por segundo que se desplomaban en las cataratas y al ver semejante espectáculo natural no tuvimos otra opción que embobarnos, rendirnos a su belleza y aplaudir de pie los caprichos de la madre naturaleza.
Haciendo una analogía con la belleza imagino que las cataratas son como unas bellas damas vestidas de blanco, cantando ópera, rociando lágrimas de agua y destilando amor como la neblina. He viajado por todo el mundo pero las Cataratas del Niágara han quedado grabadas en la retina de mis ojos. Es que no solo la vista de las cataratas es increíble, sino el sonido de la misma es abrumador en sí.
Al cambiar la vista después del espectáculo, a lado izquierdo se puede ver el pacífico puente de la Paz que conecta Canadá con Estados Unidos. Algunas veces, dicen que se puede conducir a través de él o simplemente caminar de manera fácil y rápida. Luego de recorrer a pie alrededor de las cataratas, decidimos tomar un barco para tener una mirada más cercana de la caída de las aguas del río Niágara. La multitud del gentío era bastante y la fila larga pero se movió muy rápido para embarcarnos. Nos dieron ponchos de plásticos para que la ropa no se empape y realizamos nuestro paseo sobre las aguas. Puede parecer cursi especialmente con los panchos rojos que los huéspedes debemos usar, pero es absolutamente necesario. Los barcos salen desde las dos orillas, desde Canadá y Estados Unidos.
Si el turista viene desde lado americano se usan los ponchos azules y del lado canadiense se portan los ponchos rojos. Este pequeño viaje en barco es bastante húmedo, lo amamos más que cualquier otro parque los barcos son capaces de llegar muy cerca de las aguas de las cataratas. Por encima del ruido del agua, oía a una chica gritar, – esto es impresionante. Su alegría pura y espanto por la naturaleza deleitaron mucho a mi corazón empapado.
Al finalizar nuestro paseo en barco, subimos a almorzar al noveno piso del hotel The Oakes, para ver las cataratas en todo su esplendor. Desde ahí la vista era simplemente ¡impresionante! Estar en el lado canadiense y en ese hotel me daba la ventaja de ver ambas caídas y la sensación de estar sobrevolando sobre las dos cataratas, la de herradura y la americana. Desde aquí, dicen que también se ven los fuegos artificiales que iluminan ambos lados de las cataratas durante varias horas hasta la medianoche y que se suman a la grandeza de las cataratas.
Al caer la tarde y luego de disfrutar una encantadora e inolvidable visita en el Niágara Falls, decidimos volver a casa. Dejamos atrás ‘los truenos de agua’ y retomamos el camino Queen Ellizabeth y luego la Highway 403. Después de dos horas de viaje y con la invasión de la noche, llegamos a casa, a la gélida ciudad de Toronto que luce como una bella dama vestida de negro con diamantes de plata.
Cataratas del Niágara, formadas en la última era de hielo
Cataratas del Niágara (que significa trueno de agua en lengua nativa de los americanos) es el nombre conectivo de tres cascadas que se sitúan en la frontera internacional entre Canadá y Estados Unidos, más específicamente entre la provincia de Ontario y el estado de Nueva York. De mayor a menor las tres cascadas son la caída de la herradura, cataratas americanas y el velo anunciado. Las caídas en el lado canadiense y las americanas en Estados Unidos, ambas están separadas por una isla, las más pequeñas son las cataras de velo de novia que se encuentran en el lado americano.
Están situadas en el río Niágara que drena al lado Erie en el lago Ontario. Las cataratas del Niágara combinadas forman el caudal más alto que cualquiera del mundo con un desnivel de 50 metros. La cascada de herradura es la más poderosa de américa del norte. Las cataratas del Niágara se formaron cuando los glaciares retrocedieron al final de la última era de hielo y el agua de los grandes lagos excavaron un camino a través de la escarpa del Niágara enrutada hacia el océano atlántico. Aunque no son excepcionalmente altas, las cataratas del Niágara son muy grandes. Más de 168 mil metros cúbicos de agua caen cada minuto. Las caratas son reconocidos tanto por su belleza, como por ser una valiosa fuente de energía hidroeléctrica.