Desde que asumió el poder el pasado 14 de marzo, el primer ministro Mark Carney ha marcado un ritmo vertiginoso en la política canadiense. Sus primeros seis meses han estado llenos de decisiones que buscan redefinir la economía, el papel de Canadá en el mundo y la vida diaria de millones de familias.
Una de sus medidas más sonadas fue la eliminación del impuesto al carbono, manteniendo únicamente el reembolso correspondiente a abril. También impulsó recortes fiscales inmediatos, bajando la tasa impositiva más baja del 15 % al 14 % y suspendiendo el GST para compradores de vivienda por primera vez.
En junio se aprobó la One Canadian Economy Act, una ley que elimina barreras al comercio interprovincial y acelera los proyectos de infraestructura. Paralelamente, Carney reformó el seguro de empleo, eliminando el periodo de espera de una semana y facilitando el acceso según los índices regionales de desempleo.
En el plano internacional, anunció un aumento significativo en el gasto de defensa, con la meta de llegar al 2 % del PIB en 2026, y endureció aranceles al acero proveniente de China. También presentó un ajuste migratorio, reduciendo el número de residentes permanentes y temporales, con especial énfasis en los permisos de estudio. Su política exterior ha tenido un sello claro: reactivar las alianzas del G7, estrechar la cooperación en seguridad y, de manera histórica, anunciar el reconocimiento de Palestina.
Pero si hay un frente que ha generado verdadera incertidumbre es la relación con los Estados Unidos. La economía canadiense depende en gran medida de su vecino del sur: más del 70 % de las exportaciones tienen como destino ese mercado. En estos seis meses, Carney ha enfrentado tensiones derivadas de nuevas barreras comerciales impuestas por Washington, que afectan sectores clave como la industria automotriz, el acero y la energía.
Las negociaciones para actualizar acuerdos bilaterales han sido complejas. Mientras Ottawa busca preservar el espíritu de cooperación del T-MEC, en Washington prevalecen posturas proteccionistas que amenazan con encarecer productos y reducir inversiones. A esto se suman las diferencias en materia energética: Estados Unidos presiona para incrementar la producción y exportación de petróleo, mientras que Carney insiste en un equilibrio con la transición energética.
La incertidumbre también alcanza al ámbito de la defensa. El compromiso canadiense de aumentar su gasto militar al 2 % del PIB responde en parte a la exigencia estadounidense de que Ottawa asuma mayor responsabilidad en la seguridad continental y en la OTAN. Este cambio implica fuertes presiones sobre el presupuesto federal y abre un debate sobre hasta qué punto Canadá debe alinearse con los intereses estratégicos de su vecino.
En el plano diplomático, la tensión se hace sentir en los temas migratorios. La decisión de Carney de reducir los niveles de inmigración y reordenar los programas temporales ha recibido críticas desde sectores empresariales en Estados Unidos, preocupados por la disponibilidad de mano de obra en industrias compartidas.
En resumen, Carney se ha consolidado como un líder de estilo ‘centrista patriótico’, con una agenda que combina recortes impositivos, fortalecimiento de la seguridad y un mensaje de identidad nacional. Sin embargo, su mayor reto sigue siendo mantener el delicado equilibrio con Estados Unidos, un vecino imprescindible pero cada vez más impredecible. Sus primeros seis meses han sido intensos; el verdadero desafío será demostrar que estas medidas, internas y externas, podrán sostener la estabilidad de Canadá en un escenario global cada vez más incierto.
Carney, seis meses de acción y cambios
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