Los anticuerpos monoclonales son fármacos diseñados para atacar un objetivo específico. “Se fabrican en un laboratorio y, cuando se administran a los pacientes, funcionan como los anticuerpos que el cuerpo produce naturalmente”, señalan desde la Sociedad Americana de Oncología Clínica.
“Son fármacos considerados ‘diana’ o fármacos desarrollados contra una diana específica con una función biológica relevante contra el cáncer.
“Los anticuerpos monoclonales son glucoproteínas que tienen la capacidad de reconocer moléculas específicas (antígenos). Cada anticuerpo busca, de forma específica, el antígeno contra el cual ha sido diseñado”, explica Pilar Garrido, presidenta de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM).
Un antígeno es una sustancia capaz de inducir una respuesta inmunitaria ya que el sistema inmune (las defensas del organismo) la reconoce como una amenaza.
La doctora Garrido manifiesta que, hasta la fecha, y gracias a distintas técnicas de ingeniería genética, se han desarrollado múltiples anticuerpos monoclonales para combatir determinados tipos de cáncer. Estos pueden ser murinos (0% humanos), quiméricos (60-70% humanos), humanizados (90% humanos) y humanos (100%).
Según recoge el informe “Anticuerpos monoclonales terapéuticos”, elaborado por Genoma España, en los anticuerpos murinos el 100% del anticuerpo procede del ratón.
“Las aplicaciones terapéuticas de estos anticuerpos se han visto limitadas debido a la respuesta que producen en el ser humano, cuyo sistema inmune los reconoce como extraños y genera sus propios anticuerpos frente a ellos”, detalla el citado informe.
En los anticuerpos quiméricos, sin embargo, “las regiones variables proceden del ratón y las regiones constantes son humanas. Con esta estrategia se consiguió reducir la respuesta inmune que se producía frente a los anticuerpos murinos”, añade.
En los anticuerpos humanizados “solamente las regiones CDR de las partes variables proceden del ratón, mientras que el resto del anticuerpo es de origen humano”, indica este trabajo. Por su parte, los anticuerpos denominados humanos son de origen humano en su totalidad, lo que reduce el riesgo de producir una respuesta inmune, aclaran los autores de este informe.
ACCIÓN DIRECTA E INDIRECTA.
“Los anticuerpos monoclonales son altamente específicos contra los antígenos expresados en la célula tumoral”, subraya la doctora Garrido.
La oncóloga explica que los mecanismos de acción de estos fármacos, a nivel celular, se clasifican en dos categorías: una de acción directa y otra indirecta.
La primera “puede incluir el bloqueo de la función de las vías de señalización mediadas por la diana o el antígeno tumoral, que en último término conduce a la inhibición de angiogénesis, inhibición del ciclo celular y estimulación de la apoptosis”, expone.
La angiogénesis es la formación de nuevos vasos sanguíneos, ya que los tumores necesitan vasos sanguíneos para crecer y diseminarse.
“Los inhibidores de la angiogénesis están diseñados para impedir que se formen vasos sanguíneos nuevos y, de esta forma, detener o hacer más lento el crecimiento o la diseminación de tumores”, detallan desde el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos.
La apoptosis se conoce como muerte celular programada. Consiste en una serie de procesos moleculares en la célula que conducen a su extinción. Este es un mecanismo con el que el cuerpo se deshace de células innecesarias o anormales, precisan desde esta entidad.
Además de esto, los anticuerpos monoclonales cuentan con un segundo modo de acción, a saber, “una acción indirecta mediada por el sistema inmune”, manifiesta la doctora Garrido.
La especialista afirma que una de las grandes ventajas de estos fármacos respecto a los tratamientos convencionales en el caso del cáncer “es la capacidad de inducir respuestas en las células tumorales con un mínimo impacto en las células normales, lo que les confiere un perfil de toxicidad mucho más favorable”.
Asimismo, Rosario García Campelo, miembro de la junta directiva de la SEOM, expresa que la ventaja del tratamiento con anticuerpos monoclonales en casos de cáncer radica en su “capacidad de unión a los antígenos presentes en la superficie de las células tumorales con una elevada y selectiva especificidad. De esta afinidad en la unión depende su potencia biológica”.
Otra de las ventajas del tratamiento con este tipo de fármacos es que, “en comparación con las pequeñas moléculas inhibidoras, los anticuerpos monoclonales no solo tienen efectos inhibitorios directos en el crecimiento de la célula tumoral, sino que además son capaces de activar procesos antitumorales como los mediados por la inmunidad celular”, indica.
Además, estos fármacos “pueden combinarse y potenciar el efecto de la quimioterapia y de la radioterapia”, aclara la especialista.
Los anticuerpos monoclonales son proteínas de gran tamaño que se administran por vía intravenosa, a diferencia de las pequeñas moléculas inhibidoras cuya administración es oral.
“Tienen mayor vida media que las pequeñas moléculas inhibidoras y también menor variabilidad interindividual en la concentración plasmática”, apunta la doctora García Campelo.
MODERADOS EFECTOS SECUNDARIOS.
En lo relativo a los efectos secundarios de estos fármacos, la oncóloga afirma que existen pero son moderados.
“Básicamente incluyen toxicidad dermatológica (acné, rash, prurito cutáneo o sequedad cutánea) y otras manifestaciones como fiebre, escalofríos, cefaleas, náuseas, diarrea o alteraciones de la tensión arterial”, describe.
En este sentido, pone de manifiesto “una enorme ventaja con respecto a la quimioterapia convencional, ya que no provocan toxicidad hematológica significativa”, manifiesta.
Los anticuerpos monoclonales se emplean para tratar distintos tumores. “Hay anticuerpos monoclonales indispensables a día de hoy en nuestro arsenal terapéutico en cáncer, como los utilizados en cáncer de mama HER2 positivo (herceptin o pertuzumab); cáncer colorrectal (cetuximab, panitumumab o bevazicumab); cáncer de cabeza y cuello (cetuximab); cáncer de pulmón (bevacizumab); o el más recientemente aprobado para el tratamiento del melanoma metastásico (ipilimumab).
“También en el tratamiento de la enfermedad metastásica ósea disponemos hoy de un anticuerpo monoclonal (denosumab)”, apunta la doctora Garrido.
“La lista de anticuerpos monoclonales aprobados en la actualidad es extensa y, sin duda, lo es más el número de nuevos fármacos monoclonales y nuevas indicaciones en oncología que están siendo evaluados”, comenta.
Para la especialista, los avances en el futuro próximo en materia de anticuerpos monoclonales han de venir de la mano de un mejor conocimiento biológico y molecular del cáncer para identificar potenciales dianas y desarrollar fármacos altamente específicos y con una elevada afinidad por la diana.
“Otro punto de mejora que esperamos para un futuro es el mejor control de los síntomas autoinmunes. El mejor conocimiento de los mecanismos que subyacen a la eficacia de la combinación de estos fármacos con quimioterapia y radioterapia constituye otro de los retos de futuro: nuevas combinaciones, esquemas de administración y dosis”, concluye.
Purificación León.
EFE-REPORTAJES