“Me has roto el corazón”, “lo que me dices me duele”, “tus palabras son hirientes”. Estas y otras expresiones verbales de rechazo, menosprecio, ruptura amorosa u ofensa son más literales de lo que parecen, ya que según algunos estudios científicos pueden activar las mismas zonas del cerebro que se ponen en marcha con el dolor físico.
El investigador Thomas Weiss de la Universidad alemana de Jena ha demostrado que hablar del dolor puede alimentar el sufrimiento, al estudiar la actividad cerebral de un grupo de personas “en vivo y en el momento” mediante una resonancia magnética funcional.
Así, este científico ha comprobado que, cuando a las personas escuchan o leen palabras como ‘atroz’, ‘punzante’ o ‘insoportable’ se desencadena una actividad en la misma región del cerebro que reacciona ante los estímulos dolorosos físicos, conocida como matriz neuronal del dolor.
En investigaciones anteriores el doctor Weiss ya había comprobado que, al aplicarles un estímulo doloroso a los pacientes después de expuestos a una serie de palabras nocivas o negativas, estas personas calificaban su dolor como más intenso.
De acuerdo a otro estudio de psicólogos de la Universidad de Kentucky (EE.UU.) las sensaciones físicas y emocionales pueden entremezclarse hasta el punto de que, el malestar psicológico, denominado “dolor social”, que provoca un insulto, puede verse mitigado en aquellas personas que toman una dosis del fármaco analgésico acetaminofén (paracetamol).
“El dolor, ya sea causado por lesiones físicas o por el rechazo social, es una parte inevitable de la vida y comparte algunos mecanismos neuronales y de comportamiento”, según el investigador principal, Nathan Dewall.
En la medida en que estos procesos neurológicos se superponen, el paracetamol, un supresor del dolor físico que actúa a través del sistema nervioso central, también puede ser eficaz para reducir el dolor relacionado con el afecto, han señalado los autores.
Otras investigaciones psicológicas han descubierto que las palabras con una fuerte carga emotiva pueden producir una interferencia en el tiempo en que tardamos en responder ante una situación, comparadas con aquellas que nos resultan neutras.
Somos más lentos ante palabras como ‘cáncer’ o ‘muerte’, por lo tanto nos afectan, según explica a la publicación española XLSemanal el psicólogo Jaume Rosselló, de la Universidad de las Islas Baleares (España).
CUANDO LAS PALABRAS DUELEN
Para el neurólogo Arturo Goicoechea, “las palabras pueden predisponernos, porque crean expectativa, las cuales modifican las emociones y eso influye en el dolor y otras circunstancias”.
“El dolor es una estimación estadística del cerebro que activa una respuesta porque considera que existe una amenaza, pero a veces se equivoca”, según el autor del libro ‘Cerebro y dolor’.
Por su parte, la investigadora Susana Martínez-Conde, del Laboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Barrows, en Phoenix (Estados Unidos), señala que las últimas investigaciones apuntan que el dolor es más una emoción que una sensación, por lo que “dependiendo de nuestro estado emocional podemos interpretar el mismo estímulo de manera distinta”.
Afortunadamente, así como nuestro cuerpo posee mecanismos fisiológicos para aliviar el dolor causado por las lesiones o enfermedades, como las endorfinas, y un sistema inmunológico que lo protege de las infecciones, nuestra mente puede poner a trabajar una serie de defensas y vacunas psicológicas para mantenernos a salvo de los insultos y otros “virus verbales”.
La pedagoga y psicóloga alemana Barbara Berckhan (www.barbara-berckhan.de) que participa en proyectos científicos de la Universidad de Hamburgo, admite que “estamos constantemente expuestos a ataques verbales, a críticas destructivas, a las burlas, a las bromas pesadas”.
Según Berckham, autora del libro ‘Cómo defenderse de los ataques verbales’ y ‘Judo con palabras’, “podemos contraatacar, pero el agresor no suele batirse en retirada, sino que acostumbra a responder con mayor violencia todavía y además, con el intercambio continuo de agresiones todos salen perdiendo, generando estrés, alteraciones nerviosas, heridas psíquicas o deseos de venganza”.
Para esta experta la autodefensa contra los ataques verbales comienza siempre con una declaración de independencia: “no permito que mi estado de ánimo dependa de los demás”, señala Berckhan, quien asegura también que “cada vez que nuestro humor y nuestros sentimientos dependen del trato que nos dan los otros, nos encontramos atrapados como peces en el anzuelo”.
“No importa cómo nos tratan, somos nosotros los que decidimos como lo tomamos”, destaca esta consejera especializada en situaciones conflictivas en empresas y asociaciones, que sugiere construirse un “escudo protector”, entre otras estrategias de autodefensa, destinadas a hacer frente a los agresores verbales.
CONSTRUYENDO UN ESCUDO MENTAL
Para forjar este acorazamiento interior que ayuda a “no tomarse tan a pecho la actitud de los demás”, Berckhan propone cuatro pasos:.
- Recuerde una circunstancia en la que mantuvo la calma, pese a que la situación era violenta e irritante. Sumérjase de nuevo mentalmente en esta situación e imprégnese de la sensación de que los disgustos le rebotan como una pelota de ping-pong.
- Deje que lo invada la sensación de que puede protegerse mediante una especie de escudo invisible que levanta a su alrededor.
- Imagine ese escudo, a través del cual puede ver y oír, como ocurre con los cristales gruesos de las oficinas bancarias.
- Elija e incúlquese una frase que le sirva de “música de fondo” para su escudo protector, algo así como “eso es cosa de los demás” o “esto no tiene nada que ver conmigo”.
La pedagoga y consejera alemana, aconseja levantar mentalmente esta protección invisible a una distancia adecuada, para oír y ver a través de ella todo lo que pasa a nuestro alrededor con gran precisión, sin dejar de estar perfectamente protegido.
Al usarlo, “el humor y los estados de ánimo de los demás ya no nos afectan”, ya que según Berckhan, nos encontramos tranquilos y seguros en nuestro propio espacio emocional y mental, desde donde podemos reaccionar de forma amable, objetiva y tranquila.
Si uno busca “insulto” en un diccionario, verá que se define como “palabra o acción ofensiva cuya finalidad es provocar o irritar”, de donde se puede inferir que es una forma de estímulo que procura cierta respuesta o reacción negativa de nuestra parte, según la escritora y comunicadora Roser Amills Bibiloni (www.roseramills.com) .
No obstante, para esta investigadora, autora de “333 vitaminas para el alma”, para responder a los insultos “hay que ser más buenos que los malos”, y recomienda tener a mano algunos “golpes de efecto” como los siguientes para cuando sea necesario:.
- ¿Y?. La respuesta “¿Y?” al que se burla muestra indiferencia ante la burla y le resta importancia. Porque quien se afecta por un insulto, se infecta.
- Elogio. Cuando uno es molestado, generalmente es efectivo responder con un elogio. Por ejemplo, si alguien se mete con nuestro aspecto, podemos responderle “Tú eres muy guapo”.
- Indiferencia. Hay un refrán que dice que “no hay mejor desprecio que no hacer aprecio”. El que insulta lo hace para obtener otra mala respuesta, así que si no la obtiene, no habrá conseguido su cometido.
- Dar la razón aunque no la tenga y pedir perdón. No es necesario que uno se crea lo que hace, pero una buena actuación deja sorprendido a quien insulta y, a veces, se arrepiente de haberlo hecho.
- Una amplia sonrisa. Ante un insulto, podemos plantarnos una de nuestras mejores sonrisas y podremos ver como la persona que tenemos enfrente se desespera y termina por desistir, completamente “descolocada”.
Ricardo Segura.
E F E – REPORTAJES