Vivir lejos de nuestra tierra significa aprender a construir nuevas formas de celebrar, pero también recordar que las tradiciones viajan con nosotros. En Canadá, donde el invierno suele envolverse de silencio y nieve, nuestras costumbres hispanas se convierten en un puente cálido que une pasado y presente. No importa si venimos de México, Colombia, El Salvador, Perú o cualquier otro rincón de América Latina: la Navidad y las fiestas de fin de año nos recuerdan quiénes somos.
Mantener vivas nuestras tradiciones no requiere grandes esfuerzos. A veces basta con cocinar ese plato que nos acompañó desde la infancia, encender una vela con intención, cantar un villancico o colocar ese adorno que cruzó fronteras en una maleta. Las tradiciones no son objetos; son emociones que se activan en familia o entre amigos.
Aquí, en Canadá, también hemos aprendido a compartir. Muchos hogares hispanos celebran una Navidad que mezcla aromas latinos con paisajes nevados, formando nuevas memorias que quedarán para nuestros hijos y nietos. Y aunque la distancia duela, también nos enseña que la identidad se fortalece cuando la cuidamos juntos.
Seguir celebrando nuestras costumbres es una manera de agradecer lo que recibimos y honrar lo que somos. No hace falta volver atrás: basta con permitir que nuestras raíces florezcan, incluso bajo la nieve.











