El escenario internacional atraviesa una etapa de gran tensión. La rivalidad entre China y los países occidentales, en especial Europa y Estados Unidos, ha colocado al mundo en un tablero de incertidumbre económica y diplomática. En este contexto, Canadá se encuentra en una posición delicada, intentando equilibrar sus valores democráticos y sus alianzas estratégicas con la necesidad de mantener relaciones comerciales que sostienen su economía.
En los últimos meses, Europa ha intensificado sus críticas hacia las políticas de expansión de China, en particular por temas de derechos humanos y seguridad tecnológica. La dependencia europea de insumos clave —como minerales y productos manufacturados—genera presiones para reducir la influencia del gigante asiático. Canadá, como socio cercano de la Unión Europea a través del acuerdo CETA (Acuerdo Económico y Comercial Global), comparte muchas de esas preocupaciones, pero enfrenta además un vínculo directo con Estados Unidos, su principal socio comercial y de defensa.
La tensión se siente en sectores estratégicos como el comercio de tecnología y energía. Washington y Bruselas impulsan restricciones a la importación de equipos chinos, especialmente en áreas sensibles como telecomunicaciones y energía limpia. Canadá, por su parte, ha tomado medidas para limitar la participación de empresas chinas en proyectos de infraestructura crítica, pero al mismo tiempo busca mantener los lazos comerciales que sostienen miles de empleos en el país.
La cuestión de la seguridad internacional añade otra capa de complejidad. Europa busca fortalecer su autonomía en defensa, mientras que China refuerza su presencia en Asia y África. Canadá, miembro de la OTAN y socio confiable del G7, se ve obligado a incrementar su inversión en defensa y a reforzar su papel diplomático como mediador en foros internacionales.
En medio de estas tensiones, Canadá enfrenta un reto clave: definir su lugar en el mundo. ¿Debe alinearse sin reservas con la estrategia occidental, aunque eso implique perder acceso a uno de los mercados más grandes del planeta? ¿O puede construir un espacio propio que le permita ser puente entre potencias, aprovechando su reputación como país defensor del multilateralismo y los derechos humanos?
El futuro geopolítico no ofrece respuestas fáciles. Lo cierto es que Canadá ya no puede ser solo espectador. La rivalidad entre China y Europa lo coloca en el centro de decisiones que marcarán su economía, su seguridad y su identidad como actor internacional.











