Por Raúl A. Pinto
Quince años después que la película animada “Cómo entrenar a tu dragón” llegara a los cines y a los corazones de todo el mundo, el mismísimo co-director de la trilogía animada, Dean DeBlois, regresa en versión de acción real, o ‘live action’, como se le conoce actualmente. Esto, para el director, suena como un logro sin precedentes.

DreamWorks Animation incursiona entonces estos remakes que han sido territorio de Disney durante años, con reseñas que han oscilado entre lo decente, irregular y decepcionante. En este caso, se nota que hubo cuidado en mantener la historia original, pero algo se pierde en el medio; la cinta está bellamente elaborada, pero le falta una chispa del original, y eso se nota.

DeBlois vuelve a colaborar con el compositor John Powell e incluso trae de regreso a Gerard Butler como Stoic, creando un sentido de continuidad reconfortante, que no logra justificar del todo por qué hemos regresado a la Isla de Berk a ver a Chimuelo y compañía en carne y hueso.
La historia, como decíamos, es casi idéntica a la de la película de 2010, y eso es un punto a favor. Hipo, un adolescente vikingo incomprendido (Mason Thames), entabla amistad con un dragón de la raza Furia Nocturna, al que encuentra herido. Con la decisión de no matarlo, Hipo termina reescribiendo las reglas de la convivencia entre humanos y dragones.

Los temas de empatía y no violencia siguen resonando hoy, quizás incluso más en el mundo polarizado en que vivimos o intentamos vivir. Thames, aunque competente, y evidentemente respetuoso del material original, no logra capturar la entrañable torpeza del Hipo animado con la hiperkinética voz original de Jay Baruchel, mientras que la Astrid de Nico Parker, aunque más compleja, pierde la fiereza que tenía su versión animada.
Visualmente, la película ofrece resultados positivos. La cinematografía de Bill Pope intenta con esfuerzo capturar la belleza salvaje de Berk, pero como muchos directores de fotografía en cintas o series de televisión épicas, tiene dificultades con el trabajo en la oscuridad, especialmente en las escenas de acción. Comparada con la cualidad onírica de la versión animada, donde los encargados, pese a las limitaciones tecnológicas de hace 20 años, contaron con la asesoría de Roger Deakins, logrando entonces una calidez y juego de sombras casi pictórico, que aquí se extraña.

Los dragones, especialmente Chimuelo (“Toothless” en su versión original), conservan su encanto en su forma semi-realista, y las escenas de vuelo sí logran transmitir una verdadera emoción, incluyendo la secuencia aérea que homenajea a la cinta original en varios planos.
Dejémoslo claro: esta es una buena película. El elenco sale más que airoso, con una profundidad no vista en la trilogía. Se destacan Julian Dennison, Bronwyn James y claro, Gerard Butler, quien aporta la gravedad necesaria y el toque justo de fanfarronería al querido Stoic, uniendo ambas versiones de la historia con naturalidad.

Hay un toque artesanal aquí que es innegable: en cada plano refleja cuidado, como sólo los que trabajan en animación saber tener, pero la excesiva búsqueda de “seguridad” por respetar la original no le permite romper moldes y pasar más allá en su nivel. Una recreación aceptable de alto presupuesto. Disponible en salas.

A estas alturas, la franquicia de “Karate Kid” se siente menos como una serie de películas y más como un artefacto cultural en constante evolución: maleable, nostálgico y profundamente irregular. Desde la cinta original de 1984, con su historia del chico desvalido que encuentra propósito a través del karate, hasta la reinvención de la rivalidad central en la maravillosa serie Cobra Kai, pensada en la generación memerífica y tiktokera, la saga siempre se ha movido entre el desarrollo sincero de personajes y el espectáculo de artes marciales destinado a complacer al público.
En ese contexto nos llega“Karate Kid: Legends”, la entrega más reciente y, sin duda, la más ambiciosa, que intenta una fusión de mundos: incorpora la solemnidad del reinicio de 2010 con Jackie Chan, el legado generacional de Cobra Kai, y un nuevo protagonista con rostro fresco, interpretado por Ben Wang.

La historia gira en torno a Li Fong (Wang), un prodigio del kung fu arrancado de Beijing y trasladado al caos de Nueva York, donde las jerarquías sociales de la secundaria gringa parecieran resultar tan implacables como cualquier crisis en la China comunista desde donde viene. Luchando por cumplir la promesa que le hizo a su madre, de alejarse de las artes marciales, Li inevitablemente entra en conflicto con Conor Day (Aramis Knight), un campeón de karate, obviamente arrogante; una verdadera bandera roja caminante, en lo que a masculinidad tóxica se refiere.
En el camino, claro, hay también un toque de romance adolescente, una pizzería al borde de la quiebra que necesita ser salvada y la mentoría inevitable de dos figuras legendarias: el Sr. Han (Jackie Chan) y Daniel LaRusso (Ralph Macchio). No me culpen de spoilear la película al decir que, por supuesto, todo culmina en un torneo, lo cual en este género y esta franquicia ya es una tradición.

Ahora, también vale la pena decir que la película se toma casi una hora en reunir a sus “leyendas”. Y cuando al fin los vemos juntos, queda en evidencia que Chan y Macchio al final, no son coprotagonistas, sino cameos muy bien pagados. La presencia de ambos es la de dos profesionales, aunque nunca logran entrar en esta historia de la mejor manera.
Wang cumple con solidez como el conflictuado Li, un muy buen actor con un gran futuro, pero es el viejo y querido Joshua Jackson el que casi se roba la película como Victor, un exboxeador convertido en pizzero y padre con deudas. Aun así, sus apariciones parecen pertenecer a otra película distinta. El director Jonathan Entwistle, con una vasta experiencia en televisión, no parece tener del todo claro el tono que quiere imprimirle a la cinta. Las escenas en Nueva York son sombrías, pero el drama adolescente pareciera un poco exagerado. Las peleas, por otra parte, lo que uno termina esperando al final de todo, están demasiado editadas para ser disfrutadas. La película empieza a aburrir un poco antes del tercer acto, y no se recupera nunca. Véala bajo su responsabilidad. Disponible en salas.












