Es uno de los colores más buscados del mundo: su tono rojizo ofrece calma e intimidad y es reflejo de la grandiosidad del Astro Rey. Atardeceres hay uno cada día, pero ninguno es igual que el anterior, del mismo modo que no hay dos lugares del mundo con la misma puesta de sol: una despedida en la costa de Brasil, desde la sabana africana o entre los rascacielos de Nueva York son algunos de los lugares en los que se puede disfrutar de esta emoción única.
BAÑADOS POR EL SOL.
En Europa, la despedida del Sol tiene raíces musulmanas y otomanas y desde la Alhambra de Granada o el mar Mediterráneo, que baña las costas de la isla de Santorini, se puede disfrutar de este momento mágico.
La pequeña isla de Grecia está considerada el santuario del atardecer y desde sus acantilados blancos se puede disfrutar del sol más hermoso del Mediterráneo, mientras los barcos de vela navegan en un mar teñido de dorado.
El momento más mágico en Río de Janeiro se vive escuchando el romper de las olas en la playa de Ipanema, un delicioso lugar desde el que encontrarse con la luz del sol cada atardecer.
Desde la costa del océano Índico, por un paseo de marítimo de arena blanca, los colores rosados del Sol contrastan con el azul turquesa de las aguas cristalinas de las Islas Maldivas, donde cada ocaso dibuja los colores del arco iris en un horizonte de ensueño.
ATARDECER SOBRE EL ASFALTO.
Pero no es necesario viajar a los rincones más alejados para descubrir la más bella de las imágenes de la naturaleza. Durante el solsticio de verano, la ciudad de Nueva York se despide de la luz con la alineación perfecta del sol entre sus rascacielos.
Este fenómeno se denomina manhattanhenge y solo ocurre durante el atardecer de los solsticios, tanto de verano como de invierno, que bañan de rojo un horizonte de metal y cristal.
Los colores de las estaciones explotan en los arrozales de Guilin, en China, donde con sus 700 años de historia esta obra monumental de la ingeniería agrícola acoge en sus laderas los colores más celestiales.
Procedente de la India, destaca el atardecer sobre uno de los más bellos monumentos al amor: el Taj Mahal, cuyas blancas paredes de mármol se tiñen del color de la pasión con cada puesta del sol.
ILUMINACIÓN SALVAJE.
Pero las mejores vistas las ofrece, sin duda, la naturaleza salvaje. Ocultos, mostrándose únicamente en los momentos precisos y ante las personas adecuadas, solo unos pocos se han dejado deslumbrar por los rayos de este astro en el más primigenio de los espacios.
Conocida como la cascada de fuego, la puesta de sol en el Parque Natural de Yosemite (California, Estados Unidos) se reflecta en la caída de agua desde el macizo de El Capitán y produce una hermosa ilusión óptica en la que las llamas parecen caer desde la cima del acantilado.
Apasionantes son sus noches estrelladas, pero también lo son sus atardeceres. Las dunas del desierto líbico cambian de color acompañadas por el lento movimiento del sol y es en estos rincones áridos donde se produce una de las despedidas más hermosas de esta estrella, en la que también las sombras de las pirámides embriagan con su olor a incienso.
Por último, Sudáfrica brinda un atardecer cálido, en el que se dibujan las siluetas más salvajes en un horizonte dorado y que abraza el espíritu indomable de este continente virgen.
UNA PUESTA ENIGMÁTICA.
El atardecer ha sido siempre un momento simbólico para la humanidad. La luz da paso a la oscuridad y muchos miedos afloran, pero antes de que el mundo se suma en penumbra los rayos del sol brillan con una intensidad boreal.
Conscientes de esta realidad, los pueblos primitivos rindieron homenaje a este fenómeno natural que se les presentaba incomprensible y le dedicaron los más enigmáticos monolitos.
Encabezando este “ránking” se presenta Stonehenge, un monumento neolítico del condado inglés de Wiltshire (Reino Unido), que es atravesado por los rayos de sol cada solsticio.
Un santuario de adoración, centro curativo u observatorio astronómico. Lo cierto es que sus funciones aún se desconocen, pero este monumento de más de 5.000 años aún recibe cada año miles de turistas que quieren saborear el resplandor más enigmático del mundo.
Acompañado del silencio y la intimidad de sus cordilleras, el atardecer en Machu Pichu (Perú) también invita a la meditación en una ciudad inexpugnable que solo se deja conquistar por los últimos rayos de luz.
Por último, no se puede dejar de visitar el horizonte de los templos de Bagán, en Birmania, cuyo atardecer es una experiencia reveladora si se practica desde las alturas sobre un globo aerostático.
De este modo, se disfrute desde donde se disfrute, ya sea desde la cima de una montaña o desde una hamaca en la playa, los colores rojizos del atardecer sirven de medicina para el alma, un momento único al día capaz de calentar los corazones más helados.
EFE-REPORTAJES
Andrea Rullán.