Rodrigo Díaz M.
El número de víctimas mortales del virus COVID-19 en todo el mundo ya superó los cinco millones, en menos de dos años de una crisis que no sólo ha devastado a los países pobres, sino que también ha humillado a los ricos con sistemas sanitarios de primer orden.
En conjunto, Estados Unidos, la Unión Europea y Gran Bretaña representan una octava parte de la población mundial, pero casi la mitad de todas las muertes registradas. Sólo Estados Unidos ha registrado más de 745 mil vidas perdidas a causa del virus, más que cualquier otra nación.
El número de muertos, según el recuento de la Universidad Johns Hopkins, equivale aproximadamente a las poblaciones de Los Ángeles y San Francisco juntas y rivaliza con el número de personas muertas en batallas entre naciones desde 1950, según estimaciones del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo.
A nivel mundial, el COVID-19 es ahora la tercera causa de muerte a nivel mundial relacionada a la salud, después de las enfermedades cardíacas y los accidentes cerebrovasculares.
La asombrosa cifra es, casi con toda seguridad, un recuento insuficiente debido a la limitación de las pruebas y a que la gente muere en casa sin atención médica, especialmente en las zonas pobres del mundo, como la India.
Los puntos calientes del COVID-19 se han desplazado durante los 22 meses transcurridos desde el inicio del brote, tiñendo de rojo diferentes lugares del mapa mundial. Ahora, el virus está azotando a Rusia, Ucrania y otras partes de Europa del Este, especialmente donde los rumores, la desinformación y la desconfianza en el gobierno han obstaculizado los esfuerzos de vacunación. En Ucrania, sólo el 17% de la población adulta está totalmente vacunada; en Armenia, sólo el 7%.
En los países más ricos, con una mayor esperanza de vida, existe una mayor proporción de personas mayores y supervivientes de cáncer, todos ellos especialmente vulnerables al COVID-19. En contraste, los países más pobres suelen tener una mayor proporción de niños, adolescentes y adultos jóvenes, que tienen menos probabilidades de enfermar gravemente por COVID-19.
La India, a pesar de su aterradora ola de la variante Delta, que alcanzó su punto más alto a principios de mayo, tiene ahora una tasa de mortalidad diaria declarada mucho más baja que la de Rusia, Estados Unidos o Gran Bretaña, que son países más ricos, aunque hay incertidumbre en torno a sus cifras. La aparente desconexión entre riqueza y salud es una paradoja sobre la que los expertos en enfermedades reflexionarán durante años. Pero el patrón que se observa a gran escala, cuando se comparan las naciones, es diferente cuando se examina de cerca. Dentro de cada país rico, cuando se trazan los mapas de muertes e infecciones, los barrios más pobres son los más afectados.