Por Susana Madera.
EFE/REPORTAJES A la milenaria Quito, que en el idioma ancestral quitu-cara significa “pueblo de la mitad del mundo”, llegó el español Sebastián de Benalcázar para fundar el 6 de diciembre de 1534 la que denominó “San Francisco de Quito”, según una de las versiones más conocidas de un debate aún abierto sobre su origen.
Durante la época colonial se construyeron portentosas iglesias de cada orden religiosa y emergió la llamada Escuela Quiteña, corriente que englobó todo un conjunto de manifestaciones artísticas que dejaron una herencia aún plasmada en su casco colonial.
Una historia que se palpa a diario al caminar por sus estrechas calles, que transportan al pasado a sus visitantes y a los algo más de 36.000 habitantes de su casco antiguo, declarado por la UNESCO en 1978 como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Doce museos, dieciséis conventos y monasterios con sus respectivos claustros, diecisiete plazas, así como cuarenta iglesias y capillas, recogen entre sus muros cientos de obras de la Escuela Quiteña, joyas patrimoniales que han resistido los embates de la naturaleza, incluyendo erupciones volcánicas y terremotos.
Entre sus emblemas, en el corazón de Quito, está la Iglesia de la Compañía, de la orden jesuita, uno de los mejores ejemplos del barroco latinoamericano y que fue construida por miles de manos indígenas bajo la influencia del arte barroco, mudéjar y árabe.
No lejos de allí, en una de las empinadas calles coloniales se yergue la basílica, el templo neogótico más grande de América y que se inspira en la catedral de Notre Dame de París.
Y un poco más al sur, en el Panecillo, una elevación natural de 3.000 metros sobre el nivel del mar, custodia la ciudad una imponente escultura de aluminio de la “Virgen de Quito”, que ocupa el lugar 58 entre las imágenes más altas del mundo.
MÁS QUE EL CASCO COLONIAL.
Aunque el centro histórico es el “ancla” de sus campañas turísticas, Quito también hechiza al visitante con su naturaleza. Exhibe así orgullosa la reciente declaración como Reserva de la Biósfera por la Unesco del Chocó Andino, dentro de la cual está una buena parte del distrito metropolitano de la capital ecuatoriana.
En el noroeste de Quito, hogar del oso de anteojos, es incesante el aleteo de los colibríes, ave emblemática de la ciudad. Y es que, en la cada vez más asfáltica Quito, que cuenta con regiones subtropicales altas y también páramos de más de 4.000 metros de altura, está la mitad de las 130 especies de colibríes existentes en Ecuador, según el ornitólogo Juan Manuel Carrión.
Aletean unas sesenta veces por segundo, una actividad para la que requieren el alimento altamente energético que les provee el néctar de las flores.
Y de flores también sabe Quito, no sólo porque desde su aeropuerto salen millones de rosas a diferentes mercados, sino también porque miles de orquídeas nacen en los alrededores de la capital de Ecuador, país que posee cuatro de las cinco subfamilias de orquídeas existentes a escala mundial.
A menos de una hora de Quito, en la parroquia de Nono, está la Reserva Orquideológica Pahuma, que alberga más de 200 especies en sus 650 hectáreas y es la segunda reserva de orquídeas más grande de Sudamérica.
Esas exóticas flores también emergen en la reserva geobotánica Pululahua, uno de los únicos cráteres poblados del mundo y ubicado cerca del famoso monumento a la Mitad del Mundo, que hace referencia a la línea imaginaria que divide al planeta en los hemisferios norte y sur.
RAÍCES DE LO AUTÉNTICO Y LATITUD 0º 0′ 0″.
El turismo de aventura, a pie o en bicicleta, regala al visitante postales únicas de una naturaleza verde y florida en los alrededores de la ciudad. En el noroeste, Quito ofrece también turismo comunitario, ingresos con los que apuntala la conservación y evita la tala de árboles o la caza de animales.
El Ayuntamiento también quiere rescatar lo auténtico y mantener la esencia del centro histórico, conformado por 280 cuadras en las que miles de comerciantes desarrollan a diario sus actividades y que alberga el Palacio de Carondelet, sede del Gobierno ecuatoriano.
Para Verónica Sevilla, gerente de la empresa Quito Turismo, en los países con centros históricos sin residentes y con negocios modernos, se “desvirtúa la experiencia auténtica que, hoy por hoy, quiere vivir el viajero”.
“No tenemos que igualarnos a Nueva York o a Madrid y tener los mismos contenidos. Todo lo contrario, la estrategia debe ser diferenciarse”, subraya al anotar que en Quito se encuentran las raíces de lo auténtico pues “las cosas todavía están puras”.
Otro de los puntos esenciales de la urbe ecuatoriana es un obelisco de treinta metros de altura en la llamada Ciudad Mitad del Mundo, en el noroeste de Quito, que evoca la llegada de la misión geodésica francesa para medir un cuadrante del meridiano terrestre, en el año 1736.
Parada turística obligatoria, los visitantes se retratan allí con un pie a cada lado de la línea que representa la división del planeta en dos hemisferios, una costumbre que se mantiene pese a que nuevos estudios aseveran una ligera desviación.
La circunferencia ecuatorial de la Tierra mide unos 40.075 kilómetros y en la pequeña parte que le corresponde a Ecuador hay un sinnúmero de puntos que marcan la latitud 0º 0′ 0″.
El más cercano al histórico monumento, a unos 20 minutos, está en la cima del monte Catequilla, que antaño era un centro ceremonial, religioso y un mirador astrológico y astronómico.
CIUDAD DE CONTRASTES ACUNADA POR VOLCANES.
“Los ecuatorianos son seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste”, decía con mucha razón el geógrafo alemán Alexander Von Humboldt (1769-1859).
Situada en el cinturón de fuego del Pacífico, Ecuador es tierra de volcanes y, desde su capital, se aprecia una veintena de ellos -la mayoría dormidos-, según Mario Ruiz, técnico del Instituto Geofísico.
Con más de dos millones de habitantes, Quito se derrama a los pies del volcán Pichincha, que en 1999 emanó una columna de humo y ceniza de 12 kilómetros de altura.
Al imponente macizo, de casi 4.800 metros, se puede subir por teleférico y apreciar los contrastes de la zona colonial con la moderna, esta última más marcada en el norte que en el sur, dando vida a un mosaico con el que la capital ha conquistado este año trece premios en los World Travel Awards, conocidos como los “Óscar del Turismo”.
Entre los más destacados, Quito ganó por sexta vez el de “Destino Líder de Suramérica”; por segunda el de “destino Líder de Reuniones y Conferencias”; y por primera el de “Ciudad Cultural Líder” de la región.
Quito, donde inverno y verano conviven en un mismo día, recibe más de medio millón de turistas extranjeros al año, pero en 2018 el centro histórico rompió el récord de visitantes cuando 3,7 millones de personas, la mayoría ecuatorianas, la visitaron con motivo de la III edición de la “Fiesta de la Luz”, un espectáculo de luces, colores y sonidos que se celebra en agosto.
Ciudad de mayoría católica, cuna de destacados intelectuales y amable con el turista, Quito es un edén de maravillas, como reza una de sus más populares canciones, una urbe llena de leyendas donde modernidad y tradición conviven en perfecta armonía.