Por Alejandro A. Morales
TORONTO. El envejecimiento es un proceso natural. La calidad e independencia con que se vive esta etapa depende no sólo de la estructura genética de los seres humanos, sino también de qué se realiza durante el curso de vida. Es así como uno de factores más apreciados en la determinación de la calidad de vida de los adultos mayores es la independencia o su autonomía, la que les permite organizarse y tomar decisiones que influencian positivamente el curso de su quehacer diario y futuro. Son, sin embargo, muchas las causas que pueden llevar a una persona mayor a depender de otras por falta o pérdida de autonomía física, psíquica o intelectual.
Desde un punto de vista funcional la dependencia es considerada como la necesidad del individuo a ser ayudado o apoyado para ajustarse a su medio e interaccionar con él. En cambio, la autonomía tiene que ver con la voluntad, en el sentido de gozar de volición independiente; se trata de una propiedad mediante la cual la voluntad constituye una ley por sí misma. Cuando alguien precisa ayuda o suplencia para realizar alguna o algunas de esas tareas de la vida diaria, debido a una pérdida o disminución de su capacidad funcional, nos encontramos ante un problema de dependencia.
Podemos afirmar entonces que la dependencia no es una enfermedad ni un síndrome clínico, sino la consecuencia final de una serie de fracasos encadenados del equilibrio bio-psicosocial del individuo. La fragilidad física, los problemas de movilidad y el deterioro de algunos sistemas biológicos (respiratorio, cardiovascular, etc.) provocan una disminución de la fuerza física, de la movilidad y del equilibrio que están asociadas a la capacidad del individuo para realizar las tareas básicas de la vida diaria (labores domésticas, higiene personal, alimentación, etc.)
No hay que olvidar que durante la edad avanzada las enfermedades crónicas como la artritis, la artrosis, la osteoporosis y las fracturas provocadas por caídas u otros accidentes contribuyen a la discapacidad, a la dependencia física y, como consecuencia, a la pérdida de la independencia durante la vejez.
Algunas funciones corporales que manifiestan necesidad de apoyo son:
Incapacidad de comer solo; dificultad para desplazarse; pérdida de higiene frecuente y eficaz; no ser capaz de vestirse correctamente; pérdida de orina o de heces; limitaciones sensoriales como de vista y oído; consumo de fármacos y sus efectos secundarios.
Por otra parte, desde un punto de vista psicológico, los trastornos ocasionados por el Alzheimer o los derivados de accidentes cerebrovasculares afectan de forma severa a la dependencia de los adultos mayores, limitando su actividad intelectual y su memoria, su capacidad de comunicación y de realización de acciones cotidianas. Asimismo, la depresión de la tercera edad, si esta ocurriese, contribuye significativamente a la dependencia en nuestra edad avanzada, relacionándola además con el aislamiento social y por las quejas sobre salud y bienestar.
¿Cómo nos damos cuenta de la pérdida de la autonomía si nos concentramos en las funciones sociocognitivas?
Confusión de personas, horas, días o estaciones del año.
Dificultad en la capacidad comunicativa para pronunciar o construir frases correctamente.
Pérdida del sentido de la orientación.
Encuestas realizadas en diferentes países, como es el caso de España, muestran que 8 de cada 10 personas mayores de 60 años se muestran preocupados por perder su independencia durante la vejez. Al mismo tiempo más del 65% de estas personas muestra inquietud cuando esa pérdida de independencia implica tener que dejar de vivir en su casa. Si la persona no sufre deterioro cognitivo o si este es leve y no existe ninguna enfermedad grave, mantener como residencia su hogar puede ser una buena opción, siempre y cuando eviten los efectos del aislamiento para mantener una buena estimulación cognitiva y buena actividad física.
De esta manera, los programas de atención domiciliaria proporcionan al adulto mayor la posibilidad de permanecer en su medio habitual, gracias a una serie de atenciones o cuidados personales, domésticos, sociales y técnicos, que se pueden prestar mediante profesionales que acuden a los hogares de los usuarios. Así ocurre en nuestra provincia de Ontario donde el sistema sanitario provincial proporciona algunos de los recursos a quienes califican para esta asistencia a través de “trabajadores de apoyo personal” quienes proporcionan y facilitan algunas de las funciones corporales mencionadas con anterioridad.
Un gran porcentaje de personas mayores (90%) prefiere continuar viviendo en el hogar el mayor tiempo posible, aunque sea en forma solitaria. Esto explica que gran parte de quienes han sido encuestados consideren útil contar con prestaciones asistenciales como el apoyo personal, la asistencia en las tareas del hogar o el acompañamiento a consultas, servicios que les permitirían aumentar su independencia y autonomía en caso de convalecencia.
Hoy en día, existe la esperanza que nuestro grupo etario, el que continúa un notorio ascenso demográfico debido a una mayor longevidad, pueda generar los medios para mantener su muy apreciada autonomía. (Fuentes: Isabel Ramírez Fernández; Montesalud, Sanitas y Science Direct).