Por Gilberto Rogel
TORONTO. Espero no equivocarme, pero me parece que no hay otro deporte en el mundo que genere tantas pasiones, alegrías, desencantos y corrupciones como el fútbol. A los que nos gusta ver un buen partido de futbol (que conste no soccer como le llaman en Estados Unidos y Canadá) gozamos con las genialidades de los grandes cracks, con las jugadas que nacen en un abrir de ojos, pero también detestamos las modernas estrategias defensivas que fueron la tónica de la finalizada copa Mundial de Futbol realizada en Rusia.
Las sorpresas de este torneo sin lugar a duda fueron Croacia y Francia. Croacia como una joven nación de unos cinco millones de habitantes que con un fútbol rápido y con cierta similitud a la picardía Latinoamericana logró demostrar que nunca hay contrincante pequeño y sobre todo desnudó las carencias y estancamientos que atraviesan los “grandes” de este deporte. Un segundo lugar bien merecido y que confirma el alto nivel de sus estructuras deportivas. Francia con un juego muy estable y contundente devolvió algo de la belleza perdida.
Los conocedores y expertos latinos en el tema tendrán mucha tela que cortar acerca de las lecciones de este evento mundialista, como por ejemplo el pobre nivel demostrado por algunas selecciones Latinoamericanas, pero sobre todo las decepcionantes participaciones de Argentina y Brasil, naciones que cuentan con grandes estrellas del deporte y que figuraron únicamente para las fotos. Pero para nuestro caso inicialmente saltan a la luz algunas ideas que merecen ciertos comentarios.
Curiosamente ninguno de los grandes conglomerados mediáticos (radio, prensa escrita, agencias de noticias, portales webs, etc., entre ellos los conocidos portales informativos en español) han hecho mucho ruido sobre el conocido amigo Vladimir Putin y su bien confeccionada telaraña política encaminada a “hacer” de este mundial el mejor de todos. Por cierto, ¿se acuerdan de los cocinados Juegos Olímpicos de Sochi y el descarado escándalo de dopaje por las mismas autoridades rusas?
Volviendo al escenario futbolístico, para muchos analistas occidentales quedó claro que el todopoderoso presidente ruso maniobró eficazmente 10 años atrás para lograr que la también ultra poderosa organización FIFA le otorgara este evento mundial, pese a tener claro los altos niveles de corrupción estatal, por ello no sería extraño que millones de dólares sucios hayas ido a parar a las oscuras arcas de muchas organizaciones de futbol y en especial de algunos de sus cuestionados dirigentes, como por ejemplo de naciones “necesitadas” de América Latina.
La administración Putin fue tan efectivo en su labor política-mediática que durante estas seis semanas de fiebre futbolística casi todos los conglomerados de noticias –aquellos que pagaron los altos honorarios impuestos por la FIFA para la transmisión exclusiva del evento- se le limitaron a presentar espectaculares clips sobre las “maravillas” de Rusia: su historia, cultura, avances en las áreas deportivas, sus avanzados sistemas de transporte (aéreo, ferroviario y vial), que por cierto nos llevan la delantera en nuestra tierra canadiense.
En las transmisiones televisivas y los clips en la web la mayoría de los asistentes ensalzaban la eficacia de la organización y el espíritu de colaboración de la población rusa. Siempre lo más bonito y deslumbrante, pero en ningún momento ningún medio hizo caso a los altos niveles de corrupción estatal, el aniquilamiento de cualquier tipo de oposición política, las violaciones a los derechos de las minorías y el desmedido culto hacia el supe presidente Putin, quien a la vez de monopolizar el panorama político en Rusia también lo hace fuera de sus fronteras patrias, como ha quedado claro en las últimas horas en su relación con el ególatra-mentiroso-bufón Presidente Donald Trump. Como dice el viejo dicho “Dios los cría y ellos se juntan”, pura sabiduría popular
Como un vecino me dijo en días pasados, a lo mejor habrá que esperar 8 o más años para ver un buen Mundial de futbol, en donde los rusos y los gringos no tengan sus sucias manos metidas y de esta manera recuperar la belleza del “juego bonito” en donde brillen verdaderas estrellas y no salgan muchos estrellados como pasó en Rusia 2018.