Por Luis Aberto Mata
Turistas y transeúntes locales no ocultaban su sorpresa por tantas banderas tricolor, agitándose al vaivén de cantos y tamboras: “Colombia want peace and social justice…” ó “…we support the peace agreement between FARC guerrillas and Colombian government”.
La mayoría eran jóvenes, seguidos por un puñado de activistas de derechos humanos y solidaridad, que estábamos felizmente opacados por la alegre bullaranga de una juventud que parece despertar de su letargo.
Los jóvenes, como en el “Brexit de Inglaterra”, abstencionistas, al día siguiente del referéndum rechazaron ser excluidos de la Unión Europea sin su consentimiento, y exigen una nueva votación. Ahora la juventud colombiana ha despertado sorprendida e indignada por el resultado inesperado del plebiscito en contra de los acuerdos de paz entre las FARC y el gobierno.
Millones de personas lideradas desde universidades y colegios, hoy se movilizan masivamente para expresar su apoyo a los acuerdos, y a la consolidación de un proceso de reconciliación y paz entre los colombianos, y principalmente, por la modernización del país con reformas que profundicen la democracia, la justicia social y protección del medio ambiente.
Si no hubiera sido por el No, tal vez no habríamos conocido esta nueva dimensión, creadora y humanista, de la juventud colombiana que despierta de su letargo abstencionista, y hoy se manifiesta con ahínco a favor de la paz.
Hubo motivaciones extras para este despertar. El No a los acuerdos produjo situaciones bochornosas que indignaron a la gente. Tal es el caso de la confesión descarada del gerente nacional de campaña del No, Dr. Juan Carlos Vélez, que en arrebato triunfalista, confesó sonriente a la prensa que fabricaron una oleada de indignación contra los acuerdos usando mentiras como: que si ganaba el Sí, una ideología de género acabaría con el concepto de familia; otros le agregaron que Colombia sería un país de homosexuales; que Dios estaba con el No, usando según él, poderosas iglesias evangélicas capaces de motivar entre 2 y 3 millones de votos; que se agotaría el papel higiénico y que Colombia sería castro-chavista; que las guerrillas se tomarían el parlamento, pese a ser sólo 10 congresistas insurgentes y sin voto, versus casi 300 tradicionales.
Promotores anónimos del No, indujeron a creer que, si ganaba el Sí, los niños serían forzados a tener sexo oral. Finalmente, el Dr. Vélez confesó que se había estimulado la indignación desvirtuando el modelo de justicia transicional, centrando la propaganda en los crímenes de la guerrilla.
La Comisión de la Verdad (Basta Ya!), dijo que representan el 21% de los casos, mientras un 79% es responsabilidad del Estado y los paramilitares, contando: despojo de tierras, desplazamiento forzado, desapariciones, violaciones, ejecuciones extrajudiciales como los falsos positivos, en que jóvenes empobrecidos eran engañados con ofertas de trabajo fuera de la ciudad, y luego aparecían uniformados y presentados como terroristas muertos en combate; los militares eran premiados con vacaciones, dinero y condecoraciones, mientras el ministro de defensa y el presidente Álvaro Uribe sacaban pecho con el cuento de que estaban exterminando a las guerrillas, catapultando encuestas y dividendos políticos.
“Preferimos la paz en vez de la guerra y no más corrupción”, me contestó a secas una chiquilla de 17 años, reclamando sensatez y no más violencia, en abierto apoyo a los acuerdos de paz que firmaron Timochenko de las FARC y Santos del gobierno, el pasado 26 de septiembre en Cartagena de Indias.
*Luis Alberto Mata es un escritor colombiano en el exilio.