Por Alexander Terrazas *
Hace 20 años, Toronto amaneció como un escenario de guerra: cuatrocientos soldados se habían desplegado por toda la ciudad con tanques y palas para desbloquear las principales calles y avenidas que habían quedado literalmente enterradas por una colosal nevada. Ese mes de enero de 1999, Ricardo Quiñones, alzó vuelo desde Asunción del Paraguay, que rondaba los 35 grados Celsius y aterrizó al aeropuerto Internacional de Toronto Pearson, con 35 grados bajo cero, en medio de las montañas de nieve.
“Mama mía. Qué hice yo, para merecer esto”, dijo y luego largó una carcajada. Una década después, al recordar ese pasaje de su vida, el Padre Ricardo, vuelve a lanzar otra carcajada pero sentado en una cálida oficina de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe. Antes de vestir sotana, Ricardo Quiñones llevaba una vida normal en su país. A sus 26 años, terminó de estudiar Ingeniería Agronómica, con una especialidad en Apicultura en la Universidad Nacional de Asunción. Luego trabajó como profesor de Religión y Ciencias Naturales. Sin embargo, su vida dio un giro inesperado de 360 grados.
“Nunca pensé ser sacerdote, porque la gente siempre hablaba mal de sacerdote”, pero a través del tiempo en el Camino Neocatecumenal fui descubriendo la vocación al ministerio sacerdotal revela y confiesa que eso lo impulsó hacer una experiencia de itinerancia en este camino de vida cristiana, en una zona fronteriza muy pobre entre Paraguay y Brasil. “Ahí pude ver, cómo a través de la predicación de la Palabra de Dios la gente puede cambiar de vida y vi también que el trabajo del sacerdote era muy bueno, a pesar de su debilidad humana”, recuerda Quiñones y confiesa que esa experiencia fue como una señal divina de lo que andaba buscando en su corazón. Además, en la escuela donde trabajaba como profesor, también había conocido casos que le marcaron la vida. “El sufrimiento de los jóvenes sin tener fe”, recuerda.
Todas estas situaciones lo condujeron al camino del sacerdocio. Estaba señalado para esto, porque cuando Dios dispone no hay poder terrenal que cambie el destino. “Mi idea de ayudar iba creciendo y cuando llamaron personas para el Seminario yo me levanté, para que la Iglesia me ayudara a discernir si era o no de Dios”, dice.
Movido por su fe y por su vocación de servicio, a sus 29 años, decidió dejarlo todo: su profesión y su vida normal que disfrutaba en la cálida capital de Asunción. Sus pasos lo llevaron hasta la gélida ciudad de Toronto. Llegó el 9 de enero de 1999 para ser formado por el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater de Toronto, donde estudió Filosofía durante tres años en el Oratorio de San Felipe Neri. Luego entró al programa de Teología a estudiar 5 años más, con una intinerancia de otros dos años.
Después de casi 10 años, hoy Ricardo Quiñones es un sacerdote consagrado. Viste de negro, que hace presente su identidad como sacerdote, además es párroco y coordinador de los sacerdotes hispanos de Toronto. El 9 de mayo de este año cumplirá 10 años de ordenación sacerdotal. Esta es la historia del Padre Ricardo, su visión y su misión sacerdotal.
¿Quién es el Padre Ricardo Quiñones?
Soy sacerdote, nacido en Asunción del Paraguay en el seno de una familia tradicionalmente católica.
¿Cómo era su hogar?
Era un hogar de clase media, mi padre trabajaba en el banco y mi madre era profesora que enseñaba en la escuela. Mi papá falleció hace tres años. Mi mamá, ha fallecido también.
¿Quién era más religioso su padre o su madre?
Definitivamente mi madre. Ella me inculcó los valores para la primera comunión, la confirmación y a ir a misa todos los domingos.
¿A qué edad nació su vocación por el sacerdocio?
Yo nunca pensé ser sacerdote. Tenía mis proyectos de casarme, tener una familia. Pero Dios me indico otro camino. Diría que fui descubriendo mi vocación a lo largo de la experiencia en el Camino Neocatecumeal.
A pesar de esos factores negativos ¿Qué lo impulsó a convertirse en sacerdote?
Me cuestionaba mucho, por qué la gente hablaba tan mal del sacerdote si él ayudaba a todas las personas. Entonces, yo hice una experiencia de itinerancia a través del camino Neocatucumenal, sin dinero y sin nada a evangelizar, una zona muy pobre del Paraguay en la frontera con Brasil.
Ahí pude ver, cómo a través de la predicación de la Palabra la gente puede cambiar y el trabajo del sacerdote era muy bueno, a pesar de que había abandonado la comunidad.
Antes de irme hacer la evangelización en el camino Neocatecumenal, yo había terminado la Universidad como Ingeniero Agrónomo y con una especialidad en Apicultura, en la universidad Nacional de Asunción. Luego me contrataron en un colegio como profesor. Antes de entrar al Seminario, yo enseñaba religión y Ciencias Naturales.
¿Cómo cambió su vida cuando era profesor?
Ver el sufrimiento existencial de los jóvenes, sin Dios. Yo les enseñaba ciencias pero ellos necesitaban escuchar a Dios. Sin embargo, todo eso me llevó hacer la intenerancia, porque creo que la evangelización es esencial para las personas. Entonces, mi idea de ayudar iba creciendo y cuando llamaron personas para el Seminario yo me levanté, para que la Iglesia me ayudara a discernir si era o no de Dios.
¿Cómo fue la reacción de sus padres cuando les dijo que se iba al Seminario?
Mis padres siempre me apoyaron. Muchos amigos míos no entendían.
¿En qué Seminario estudió?
Ingresé al Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater de Torontodo donde estudié Filosofía durante tres años en el Oratorio San Felipe Neri. Luego entré al programa de Teología con el Seminario de San Agustin a estudiar 5 años más, y con una intinerancia de otros dos años.
Al concluir sus estudios en el Seminario ¿Dónde lo enviaron a servir?
Inicialmente, en 2009 me designaron a Santa María en Brampton, por tres años. Luego en el 2012 hasta hoy estoy en la parroquia Guadalupe, primero como pastor asociado, actualmente como párroco.
¿Qué es lo que más disfruta hacer de ser párroco?
Me gusta cooperar en la misión del Señor. Ayudar a la gente en sus dificultades, visitar a los enfermos. Aquí hay mucho sufrimiento porque la gente se siente muy sola. Dar una palabra de esperanza y orientarla, es mi misión. Yo creo que no hay un futuro mejor sin Dios, aunque haya bienes materiales. O sea, tanto en la pobreza como en la riqueza, sin uno no le tiene temor a Dios, no tiene un futuro mejor.
¿Cuál cree que es el aporte de la comunidad hispana a Toronto?
Un gran aporte es la calidez humana, el latino es más familiar, más humano en su relación con los demás. Otro aporte es su fe católica, los inmigrantes llegan con sed de Dios y buscan la Iglesia.
¿Cuáles son los temas que le preocupan de Toronto?
Es esa actitud de un grupo de gente, que es una actitud de rechazar a Dios. Esa postura anticlerical y antirreligiosa que es grave. Lo digo esto, porque si el hombre se aparta de Dios se autodestruye, si se aparta del amor se denigra. Aquí me puso Dios (en la parroquia), a través de la autoridad de la Iglesia, para anunciar el Evangelio.
¿Qué aprendió en estos casi 10 años de sacerdote?
En estos 10 años, he aprendido a conocerme, a ver mi pobreza, mi debilidad. Yo necesito de Dios, Él no necesita de mí. Cada vez mas, descubro el tesoro de la Iglesia.
Creo que la gente tiene que madurar en su fe. Una fe adulta significa poder amar a su enemigo. Eso es un don de Dios.
¿Cuáles son sus desafíos en la parroquia Guadalupe?
Tener un lugar más grande para desarrollar las actividades de las parroquias. Eso es un gran problema que tenemos. Los grupos y feligreses necesitan ser atendidos en un ambiente más amplio y estamos trabajando para hacer realidad este proyecto.