Por Oscar Vigil
TORONTO. La democracia de Costa Rica, de “la Suiza de América” como se le ha conocido durante décadas, vivió una de sus pruebas más duras este año al convertirse en escenario de una batalla que sin duda marcará la historia: un forcejeo electoral entre el populismo mesiánico religioso y el respeto y promoción de los derechos humanos.
Todo comenzó cuando el 9 de enero de este año la Corte Interamericana de Derechos Humanos, una dependencia de la Organización de las Naciones Unidas, dijo al gobierno costarricense que “el Estado debe reconocer y garantizar todos los derechos que se deriven de un vínculo familiar entre personas del mismo sexo”.
“Es necesario que los Estados garanticen el acceso a todas las figuras ya existentes en los ordenamientos jurídicos internos, incluyendo el derecho al matrimonio, para asegurar la protección de todos los derechos de las familias conformadas por parejas del mismo sexo, sin discriminación con respecto a las que están constituidas por parejas heterosexuales”, reza el documento de 89 páginas que desató el debate en la nación centroamericana.
La razón: la declaración se produjo en plena campaña electoral, en un país eminentemente católico (y religioso en general), con un telón de fondo de hastío de la ciudadanía con los políticos tradicionales, algo que ya se ha convertido en el pan de cada día de muchos votantes a nivel mundial.
Esta declaración de la ONU empujó a la cima al hasta entonces casi desconocido candidato presidencial Fabricio Alvarado, del partido Restauración Nacional (RN), un predicador evangélico que prometió rechazar de tajo la recomendación del organismo internacional, y que aparentemente lo llevó a encabezar los resultados de la primera ronda de elecciones.
Fabricio Alvarado (43 años) obtuvo alrededor del 25% de las preferencias electorales, seguido por el candidato oficialista, representante del Partido Acción Ciudadana (PAC), Carlos Alvarado (38 años), que se quedó con aproximadamente el 26%, y quien se había comprometido sin ambages a cumplir con la recomendación del organismo que tutela el respeto a los derechos humanos. Atrás quedaron los tradicionales Partido Liberación Nacional (PLN) y Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), que durante décadas habían dominado la política costarricense.
En las semanas posteriores a la primera ronda, prácticamente todas las encuestas apuntaban hacia un abultado triunfo del candidato conservador religioso, quien parecía estar empoderado por los apoyos de diferentes grupos religiosos conservadores tradicionales, en una nación donde la palabra de las iglesias tiene resonancia.
Pero al final, el domingo pasado, al finalizar la segunda ronda de votaciones, el mundo fue testigo de que no es en vano que Costa Rica goza del prestigio democrático que ostenta, y en un resultado sorpresivo, el mesianismo quedó a la deriva.
Con el 95% de las juntas electorales procesadas, el candidato oficialista Carlos Alvarado, del partido de centroizquierda PAC, se había agenciado 60% de los votos válidos, mientras que su opositor del PRN, Fabricio Alvarado, se quedó rezagad con apenas el 39% de los sufragios, en unos comicios que contaron con un nivel de participación del 67% del electorado.
Costa Rica ha sido definitivamente un verdadero paraíso de paz en una región convulsionada por la violencia. Y en medio de esa convulsión, siempre ha tomado posiciones valientes.
A nivel personal me tocó vivir esa experiencia en plena adolescencia, cuando estudiaba mi secundaria en dicho país allá por el año 1982. Estudiaba en un colegio católico, y recuerdo que el papá de uno de mis compañeros y amigo era el Director de Cáritas Costa Rica, la entidad que se encarga de la pastoral social de la iglesia, y quien me mostraba todas las ayudas que prestaban particularmente a los más afectados por los conflictos armados en Centroamérica. No importaban los riesgos, no importaban las protestas o presiones de los gobiernos, Costa Rica estaba presente ayudando a quienes más lo necesitaban.
Por eso tampoco fue sorpresa cuando en el año 1990, en plena guerra civil salvadoreña, me tocó presenciar como periodista la firma del Acuerdo de Derechos Humanos entre la entonces guerrilla del FMLN y el Gobierno Salvadoreño en la ciudad de San Jose, Costa Rica, acuerdo que prácticamente se convirtió en el pivote de lo que luego serían los Acuerdos de Paz con que se puso fin a 12 años de sangrienta guerra civil.
En la elección del pasado domingo, algunos de mis excompañeros y amigos ticos apoyaron y votaron por el fallido mesías, pero la mayoría lo hicieron por al ahora electo presidente costarricense, quien, para abundar más en la esencia de la democracia, lleva como compañera de formula en la vicepresidencia a Epsy Campbell, una reconocida economista que el próximo 8 de mayo se va a convertir en la primera mujer afrocaribeña en ocupar tan alto cargo.
Bien hecho Costa Rica. Es alentador ver que la tradición democrática y de defensa de los derechos humanos sigue incólume en la población, y que el populismo, fácil de pregonar y de vender, no hace mella en esos principios ancestrales que tienen a Costa Rica en una posición tan privilegiada.