Por Francisco Reyes
TORONTO. La semana pasada, con diferencia de un día, distintas regiones del mundo celebraron el carnaval y el inicio de La Cuaresma, período cristiano de cuarenta días de ayuno y abstinencia que termina con los oficios religiosos de la Semana Santa.
La convergencia o sincretismo de estas celebraciones, pagana (el carnaval) y cristiana (La Cuaresma), se produce en concomitancia cada año. Es decir, no se da una sin la otra.
La palabra carnaval deriva del vocablo italiano ‘carnavale’, procedente de la expresión latina ‘carnem levare’ cuyo significado es carnem (carne) y levare (quitar). Es decir, ‘quitar la carne’ o prohibido comerla.
Probablemente es el carnaval la mayor celebración pagana en nuestro planeta. Simbiosis cultural en la que se mezclan elementos de diferentes pueblos desde tiempos remotos.
Sus orígenes se remontan probablemente a la civilización sumeria, con las fiestas del inicio de la primavera, y al antiguo Egipto, con las del Buey Apis, hace miles de años atrás.
Otras hipótesis lo relacionan con las fiestas dionisíacas en torno al dios griego del vino y los placeres, y en el Imperio Romano, con las saturnales (al dios Saturno), las lupercales (al Fauno Luperco) y las bacanales, ofrecidas con orgías a Baco, que en Roma era el mismo dios Dionisio.
En el siglo IV, después de la oficialización del cristianismo y el inicio de la decadencia imperial, la Iglesia Católica tomó control de muchas celebraciones paganas, anulándolas o transformándolas en sus festividades, como la del ‘Sol Invictus’, el 25 de diciembre, para reubicarlas en el calendario de las grandes celebraciones litúrgicas, entre ellas, la Semana Santa.
El catolicismo romano impuso guardar La Cuaresma, con abstinencia de comer carne hasta el Domingo de Resurrección. Pero la gente buscó la forma de celebrar las fiestas paganas antes del inicio de ese periodo religioso. Eran tres días de jolgorio, desmadre y permisibilidad, entre vinos, comilonas y sexo; de desfiles de personas que se disfrazaban o se maquillaban, conservando el anonimato para evitar la persecución de la jerarquía eclesiástica.
Con el paso del tiempo, el carnaval se expandió por Europa y fue traído a América por los colonizadores españoles y portugueses a finales del siglo XV, donde se mezcló con fiestas andinas y mexicanas prehispánicas, y con celebraciones de los esclavos africanos traídos a nuestro continente.
Las fiestas concluían el día antes al Miércoles de Ceniza. Se desbordan las pasiones hasta lo orgiástico. Los disfraces ridiculizaban a las autoridades civiles y religiosas, y a personajes nefastos de la vida cotidiana. Le llamaban a ese día el ‘martedi grasso’ o de la grasa cárnica, de donde se originó el ‘Mardi Gras’, carnaval de dos semanas de los negros de New Orleans, EE. UU., llevado por los franceses en los años de 1700.
La jerarquía católica quiso prohibirlas para obligar al cumplimiento de La Cuaresma. Esfuerzos inútiles, pues las fiestas carnavalescas se multiplicaban cada año y se permitieron discretamente hasta el ‘martedi grasso’.
Por extensión, actualmente son carnavalescas las celebraciones con desfiles de máscaras y carrozas en cualquier época del año. Pero el verdadero carnaval es el que se celebra antes del Miércoles de Ceniza.
Como muestras, están los carnavales de la semana pasada en nuestro continente. El de Río de Janeiro, donde miles ven desfilar por el sambódromo a las escuelas de Samba de Brasil. También, el de Montevideo, con desfile de comparsas bailando a ritmo del ‘Candombe’ creado por los esclavos africanos llevados a Uruguay.
Está el Carnaval de Oruro, Bolivia, declarado por la Unesco “patrimonio oral e intangible de la humanidad”, organizado por la municipalidad y las asociaciones de folclor. El de Barranquilla, caracterizado por la música y el colorido del Caribe colombiano, con danzas, coreografías, teatro, coros y recitadores de versos.
En Puno, Perú, empieza el 2 de febrero con la fiesta de la Candelaria. Gracias a las festividades carnavalescas, la ciudad es considerada “capital del folclor peruano”.
Las grandes ciudades de la República Dominicana tienen desfiles el día anterior al Miércoles de Ceniza. El más antiguo, en Santiago de los Caballeros. Las fiestas se prolongan en Santo Domingo hasta el 27 de febrero, día de la independencia de ese país, con el último gran desfile ligado al turismo.
En Veracruz, México, empezó cuando sus pobladores, conocidos como ‘Jorochos’, solicitaron al gobierno colonial permiso para la fiesta de máscaras. No era un carnaval propiamente dicho, pero hoy se mantiene, con disfraces, música y pasacalles. Hay otros países hispano-latinoamericanos y de otras regiones del planeta que lo celebran.
Cada pueblo vive la tradición del carnaval de distintas formas, pero se destaca en él la convergencia de miles de personas que participan en las festividades, conscientes o no de que La Cuaresma pone límites a los placeres de la carne, en el sentido amplio de la palabra. Muchos de los que no practican religiones evaden el período de abstinencia entregados al ‘gozo mundano’ sin preocuparles los dogmas de la Iglesia Católica.
*Francisco Reyes puede ser contactado en [email protected]