Por Gilberto Rogel
TORONTO. Dónde debe terminar su rol el Estado y dónde debe comenzar la parte religiosa ha sido un fuerte debate por cientos de años, y parece que ha vuelto a la actualidad canadiense sólo que de manera disfrazada. Un buen amigo bromea en días pasados acerca de la conocida plegaria del Padre Nuestro, que, según él, debe comenzar a modificarse como producto de los chanchullos que un grupúsculo de empresarios de la harina ha realizado en años pasados que van desde la siembra, cosecha, producción y distribución del pan de cada día.
A principios del año en la panadería portuguesa localizada en nuestro barrio latino, la propietaria colocó un pequeño letrero que anunciaba un leve incremento en el precio del pan (bolillos para unos, pan blanco para otros o pan francés como en mi caso). La razón, según ella, un sustancial aumento en los precios de las materias primas decretado por las grandes empresas productoras de estas.
Lo curioso del caso es que cuando usted amigo lector escudriña un poco más las noticias de los últimos días, puede descubrir que algo huele podrido allá arriba. Por si usted no lo sabe, en todo el país existe una empresa con más de 100 años de existencia que mantiene un control sobre el negocio de las harinas, en palabras técnicas un verdadero oligopolio, es decir, limitada competencia y un mercado compartido por pocos vendedores, o sea, consumidores, suck it up.
Todavía falta más. Los dueños de esta empresa también controlan un alto porcentaje (más de la mitad con diferentes nombres) de todos los supermercados en casi todo Canadá (lo cual no es malo legalmente hablando), y como tienen suficiente poder económico para fijar el precio del pan, también obligan a la disque competencia a seguirlos si quieren tener un mínimo nivel de ganancia. Eso sí es delito.
Para nosotros, los latinos venidos grandes a este país, estos chanchullos son como el pan de cada día, el grandote hace lo que le dé la gana y el consumidor debe aguantársela. Como bien asesorados que están estos empresarios, en días pasados el supermercado detrás de esta práctica de fijación de precio admitió su culpa, pero no sin antes sacar ventaja de la situación. Usted debió registrarse como afectado y a cambio recibiría una tarjeta de descuento de $25.00 para ser gastada en la misma cadena, adicional, la empresa se queda con sus datos personales.
A dónde usted compra sus principales bienes de consumo familiar, no sólo el pan de cada día o las tortillas, con qué frecuencia, cuánto destina semanalmente, cuántas personas residen en su casa, etc. Si usamos terminología de moda, ellos se quedan con la Big Data, todo un negocio redondo y usted ni cuenta se dio que su privacidad ya no es tan privada, usted se las regaló.
Las autoridades han prometido una investigación profunda para evitar este tipo de prácticas que dañan los bolsillos de los más pobres, pero curiosamente los responsables no serán llevados ante la justicia porque fueron ellos mismo quienes alertaron a las autoridades sobre la situación y están brindando toda la colaboración posible; en otras palabras, nos vieron la cara.
Así las cosas, estimado amigo lector, la próxima vez que usted implore por el pan nuestro de cada día, recuerde que este preciado producto con seguridad estará más caro en el supermercado de su barrio de lo que fue hace unos meses atrás, y adicionalmente, una multimillonaria empresa ahora conoce más detalles sobre sus hábitos de compra. Pero la posesión de esta información no significa que los consumidores seremos beneficiados, más bien todo lo contrario.