Por Francisco Reyes
TORONTO ¿Es el teatro reflejo de la vida o es la vida en sí un verdadero teatro? ¿Somos, hombres y mujeres, los actores reales en el gran escenario de la existencia, donde concurren los más disímiles caracteres humanos?
Estas interrogantes las plantea Benito Feijóo en “El Teatro Crítico Universal”, obra de importancia de la Literatura Española, publicada en nueve volúmenes en el Siglo XVIII, y que hoy retomamos para reflexionar sobre la condición humana en los escenarios de la vida real.
La existencia, como tal, se nos presenta como drama problemático. Somos seres problematizados, no por el simple hecho de tener problemas, sino porque la vida misma es un problema desde el preciso instante de la concepción en el vientre materno.
Durante el proceso de gestación que durará nueve meses, lo que al feto le llega desde el exterior le afectará positiva o negativamente, dependiendo de cómo lo reciba la futura madre, que ha de cuidar el embarazo para poder dar a luz a un ser “normal” que debe insertarse en este mundo.
Adaptarse a la nueva realidad, creciendo junto a los adultos, no será tarea fácil porque cada nueva situación que afrontará el neonato es un problema que lo marcará para el resto de su vida. Los primeros cinco años serán cruciales para empezar a definir su personalidad de una manera inconsciente, hasta llegar a asumirla conscientemente.
Es en los escenarios de este mundo donde realizará, con sus semejantes, papeles primarios o secundarios, dependiendo de su protagonismo o de su antagonismo, como actor de la existencia.
En el drama de la vida real hay verdaderos protagonistas del quehacer humano, ya sea como actores principales de grandes hazañas, o de empresas cotidianas -aparentemente pequeñas- como es ser padre o madre de familia responsables del hogar.
En la otra vertiente están los antagonistas, rivalizando con quienes deben llevar a su fin las empresas que les corresponden ejecutar. Oponen resistencia, de modo que el personaje principal se vea obstaculizado al frente de la acción. A veces en el hogar los hijos desempeñan ese papel antagónico.
En la vida real, como en el teatro, ningún personaje carece de valor. Todos están llamados a cumplir con su papel, sea primario o secundario, como hemos dicho. Lo importante es saber cuál es el que corresponde a cada uno. Esto significa “tener conciencia de sí” y “conciencia del mundo” como único escenario en el que les corresponde actuar, con excepción de los antagonistas, que por lo general obran arbitrariamente, creyendo que a ellos corresponde el protagonismo de toda acción.
Vivimos en un mundo de buenos y malos. Unos contribuyen al desarrollo social, los otros son retrancas del progreso. Están, además, los personajes planos, que pasan por los escenarios sin incidencia. También existen los personajes oportunistas que aguardan la desgracia de otros para ocupar su lugar. Son como Creonte, que aprovechó la adversidad de su tío-cuñado Edipo para usurpar el trono, según la tragedia “Edipo Rey”, de Sófocles.
Hay seres humanos tan patéticos, sólo comparables con ciertos personajes del teatro griego, que nos hacen tenerles lástima, pero no compasión, porque ni siquiera mueven a la catarsis desde la vertiente adversa en que se encuentran. Están llenos de frustraciones. Viven con resentimientos, generalmente de tipo intelectual, inconformes con lo que les ofrece la vida.
Los psicólogos recomiendan “tener tolerancia” con ellos, pues no trascienden ni trascenderán en el medio en que se desenvuelven. Sólo buscan satisfacer su ego y, si alcanzan un puesto de mando insignificante, se comportan como dictadores, tratando de minimizar a otros.
Muchos escenarios de la vida están dirigidos por esos actores de quinta categoría, con ínfulas de omnipotentes que no permiten la participación de otros en el escenario de la cotidianidad. Se creen saberlo todo, rodeados de mediocridades. Forcejean con oportunismo para alcanzar posiciones que no merecen, valiéndose de la simulación y de la traición, maquinadas en la urdimbre de su mala voluntad.
Pero en el gran teatro universal hay cabida para todos. El proverbio es claro: “Dios hace salir el sol sobre buenos y malos”. Lo penoso es que hay malos que no quieren reconocer sus equívocos ni apartarse de su maldad, obstinados en ser protagonistas, intentando negar lo que son: seres negativos. Inevitablemente, su presencia es necesaria en el drama de la existencia humana para servir de contraejemplos.
Como nadie se escapa del papel que le corresponde asumir en la vida, todos tenemos la responsabilidad de realizarlo bien. Desde el más sencillo obrero al más encumbrado profesional. Desde el más convencido ateo al más connotado líder religioso. Como seres humanos comunes o como intelectuales. Como dirigentes políticos o como simples electores. Como nacionales o como extranjeros.
Somos, en conclusión, actores reales en el gran teatro del mundo. Nuestra misión es esforzarnos para que la existencia sea menos trágica y el drama de la vida pueda tener un final feliz con todos y para todos.
*Francisco Reyes puede ser contactado en [email protected]