Kelly Arévalo
Toronto, Canadá
Cuando inició la pandemia del COVID-19 nunca nos imaginamos que esta situación iba a durar tanto, y a causar tanta incertidumbre y sufrimiento.
En un primer momento, luego de dos terribles olas de contagios comenzamos a hablar y a imaginarnos que pronto llegaríamos a la postpandemia, a la “nueva” realidad. Sin embargo, dos años después, iniciamos el 2022 en Ontario con altísimos números de contagios, con estrictas medidas de emergencia reactivadas, incluyendo la suspensión de clases en persona, y el regreso a la educación en línea para los cerca de dos millones de estudiantes de las escuelas públicas de la provincia.
La situación que ahora enfrentamos es muy diferente a la que vivimos al inicio de la pandemia. Hay una acumulación valiosa de experiencias, aprendizajes y conocimientos, incluyendo importantes avances científicos, que ayudan a tomar mejores decisiones, y a movilizar energías y recursos de una forma más justa y eficiente, para no dejar a nadie en el desamparo, protegiendo la dignidad humana y su entorno natural.
Pero, ¿Lo estamos haciendo? ¿Aprendimos en estos dos años de pandemia a valorar y a dedicarle tiempo a lo que es verdaderamente importante en nuestras vidas? ¿Están los países tomando las decisiones más acertadas?
El Papa Francisco, en su libro La Vida Después de la Pandemia, escribe: “Al igual que los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos.”
La figura que usa el Papa Francisco, de navegar en esa barca que se enfrenta a una tormenta inesperada y furiosa, es la mejor representación que podemos encontrar de lo que han significado estos tiempos de pandemia.
En la vida nos toca enfrentar todo tipo de situaciones, aprendemos a navegar en mares mansos, pero también a enfrentar tempestades y todo tipo de adversidades. Lo importante es saber mantener o retomar el rumbo, no detenernos, no perder de vista el horizonte, y la mejor manera de lograrlo es apoyándonos unos a otros, forjando respeto y colaboración, manteniendo la serenidad y la esperanza. La vida nos ha enseñado que en este agitado navegar los mejores compañeros de viaje son la familia y la comunidad; y las mejores provisiones para este viaje son la amistad, el amor y la solidaridad. Estos elementos son los que nos ayudan a seguir adelante, a no naufragar.
Recientemente tuve una experiencia familiar aleccionadora, pero sobre todo de esperanza. En vísperas de la navidad, mi hijo de seis años tuvo un fuerte episodio de asma bronquial. La emoción de la llegada del 24 de diciembre, y de tener todo listo para preparar la cena navideña se fue apagando en nuestro hogar al ver que la situación de nuestro hijo se estaba complicando, su temperatura estaba normal, pero él comenzó a quejarse más del dolor de pecho y que se sentía cansado. De ese momento en adelante todo fue una angustia, verlo respirar con gran dificultad y llorar de preocupación fue suficiente para que la mente comenzara a sacar conclusiones, y a pensar en las complicaciones de un caso más de COVID. Lo llevamos de emergencia al hospital en la madrugada, y allí recibimos el día de navidad.
Las enfermeras y el doctor de turno trataron muy bien a mi hijo, le dieron el tratamiento de emergencia y lo mantuvieron en observación hasta que comenzó a superar la crisis respiratoria. En el hospital, aunque no estaba muy ocupado, se sentía el ambiente de máxima alerta con todos los protocolos de pandemia activados; y aun así, me llamó la atención ver a las enfermeras trabajar con mucha serenidad, pude observar el buen trato, incluso escuchar sus palabras de apoyo muy sinceras y amables para los pacientes que les agarró la navidad en la sala de emergencia. Admiro y agradezco su trabajo y dedicación, su virtud de transmitir tranquilidad y calma. Fue el mejor regalo de navidad para nuestra familia, complementado por la buena noticia que mi hijo había salido negativo en la prueba del COVID.
A esas enfermeras, a los equipos médicos, a todos los voluntarios y equipos de salud que han estado junto a las comunidades durante esta pandemia todo mi aprecio y gratitud.
La vida nos recuerda a cada momento, qué es lo verdaderamente importante en este navegar que todos vamos, en cada experiencia se nos muestra la bondad, la vocación y el compromiso de servicio que existen en nuestras comunidades, nos enseña que hay muchas personas, la mayoría, dispuestas a hacer el bien, a derrotar la indiferencia, a practicar el ayudar al prójimo y ser solidario con el otro.
Que este 2022 sea para valorar y fortalecer cada día esos dos grandes tesoros que todos tenemos, la familia y la comunidad.
*Kelly Arévalo, Abogada en El Salvador, con maestría en Derecho Internacional de Empresas y Máster Ejecutivo en Big Data. Ex Cónsul General de El Salvador en Toronto. Fundadora de www.revistasersv.com