Además de su trascendencia religiosa, las fiestas navideñas son una tradición que incluye reuniones con familiares, amistades y compañeros de trabajo, así como encuentros breves con personas ajenas al círculo íntimo, en los que solemos repetir gestos, actividades y saludos típicos de estas fechas.
Con frecuencia, esa repetición automática también se instala en los comportamientos y actitudes hacia quienes nos rodean, dando lugar a interacciones superficiales y con poca carga afectiva, según señalan especialistas.
Estos expertos advierten que repetir cada año la misma forma de relacionarse, sin sorpresas ni novedades, puede conducir a celebraciones previsibles y poco emocionantes.
Los saludos protocolarios, los mensajes reenviados por aplicaciones de mensajería, las llamadas por compromiso y las frases hechas apenas rozan los sentimientos de quienes los dan y reciben.
Para disfrutar una Navidad que realmente llene en lo humano y deje buenas sensaciones, es necesario profundizar la conexión emocional en una de las facetas más importantes de estas fechas: las relaciones con los demás.
El sentido profundo de estas fiestas
María González, psicóloga especialista en Psicoterapia Integradora del Instituto Centta, propone disfrutar de estos días desde un sentido profundo de conexión con otros, y no tanto dejarse llevar por la idea de felicidad a toda costa asociada al consumismo.
Señala que, más allá de las creencias religiosas, el sentido de la Navidad está ligado a la llegada de esperanza y amor, que invita a reflexionar sobre solidaridad, generosidad, humildad y espíritu de ayuda.
Sin embargo, estas fiestas pueden ser complicadas para muchas personas, porque ponen de manifiesto la ausencia de seres queridos, obligan a tomar decisiones difíciles y exigen establecer límites dentro de la familia.
Diez claves para conectar con los demás
La psicóloga ofrece sugerencias para enfocar estas fechas en las relaciones, no solo con seres queridos, sino también con quienes forman parte de la vida cotidiana, respetando siempre la salud mental y sin presionarse por sentir emociones que no nacen de forma genuina.
Proteger la salud mental alejándose de ambientes donde falten valores como generosidad, amabilidad, sinceridad, empatía, altruismo, compasión, amor, ayuda a los demás y solidaridad.
Dedicar un gesto amable o unas palabras cordiales a alguien que está presente en la vida diaria, pero no es un amigo cercano, como un conserje, chófer, camarero o peluquera, deseándole de corazón que en estos días se sienta visto y querido.
Recordar que el deseo profundo de todo ser humano es ser visto, amado y escuchado, y que la capacidad de conectar con otros ha permitido construir sistemas sociales y políticos orientados a proteger la seguridad física y psicológica de las personas.
Tener la generosidad de invitar a una cena con amigos o familiares a alguien que quizás no tenga planes o se sienta triste por alguna ausencia.
Desear una “Feliz Navidad” a las personas con las que se interactúa aunque sea unos minutos, como el personal de caja de un supermercado o quien atiende por teléfono.
Prestar especial atención a los niños, a quienes a menudo se ignora por las prisas, respetando su inocencia e ilusión y teniendo más paciencia con ellos; una sonrisa o un gesto amable refuerza su sensación de vivir en un mundo seguro y amable.
Recordar, especialmente en estas fechas, a personas mayores o enfermas, regalándoles tiempo, venciendo la pereza y ofreciéndoles atención y compañía para mitigar su sensación de soledad.
No perder la oportunidad de expresar en voz alta a familiares y amigos lo importantes que son, cuánto se les valora y cuánto aportan a la vida propia.
Tener un gesto de cariño o interés en algún aspecto de la vida de familiares o amigos, por ejemplo, expresando orgullo por sus logros.
Agradecer sinceramente a un compañero de trabajo o estudios por sus tareas, ofrecer ayuda cuando se sienta agobiado y reconocer sus méritos, o dedicar unos minutos a hablar con un vecino y preguntarle cómo está, en lugar de evitar su mirada.











